Enero-2017

Apuntes, d.j.a.

Irse (Pre-Textos) de Mihai Grunfeld.-

Mihai Grunfeld (Cluj, 1948) vivió en su natal Rumania los primeros dieciocho años de su vida. Sus padres, judíos, habían pasado durante la guerra por campos de concentración: mis padres nunca me hablaron de su juventud, de cómo era su vida antes de la deportación. Yo entendí que recordar los campos de concentración les resultaba doloroso y notaba su dolor cuando alguien mencionaba la guerra o los campos. Entonces ellos se quedaban callados. Cuando era pequeño, les hacía preguntas, pero pronto aprendí que era mejor dejar al margen su pasado, incluida también su infancia, de la que quería saber más [&] Los campos de concentración parecían haber oscurecido todos sus recuerdos, que no compartían con nadie. 

Así, Grunfeld crece en su ciudad natal, junto con sus padres y su hermano mayor, en medio de una pobreza y una escasez que lindan con el extremo mínimo. Por eso mismo, a veces Romi y yo nos ponemos a soñar que vivimos en el extranjero y somos ricos y libres, pero la mayor parte del tiempo ni siquiera podemos soñar con ello. Simplemente no es posible. La policía no te deja salir del país, y casi nadie logra escapar. Es demasiado difícil y arriesgado. Debes ser consciente de lo que estás haciendo. Pero si alguna vez tuviéramos la oportunidad, asumiríamos el riesgo y nunca regresaríamos.


Está limitadísimo: me encantaría poder conocer extranjeros y enterarme de más cosas sobre Occidente, pero sé muy bien que no está permitido relacionarse con ellos. Si hablamos con ellos, tenemos que ir a hacer una declaración oficial a la comisaría para explicar con todo detalle de qué hemos hablado.

Al fin, con ingenio y valentía, cuando tiene dieciocho años logra escapar de la Rumania de Ceausescu en compañía de su hermano, dos años mayor. Va a dar de Austria a Israel, de allí a Roma y, al fin, tras varios saltos, llega primero a Canadá, donde se queda su hermano que terminará la carrera de medicina, y luego a Estados Unidos, donde hace carrera académica y termina donde está, como profesor del Vassar College de Nueva York.

Si el resumen de Irse correspondiera sólo al título, ya lo tendría en los dos párrafos del mismo Grunfeld que hay arriba. Pero Irse es algo más. Es una entrañable y cercana memoria de la infancia que Grunfeld logra contar como si todavía fuera el niño de siete, ocho, doce años al que le ocurren las cosas que cuenta. Sin sentimentalismo, fiel a la verdad y con una honradez que pasa sin consideración con la corrección política, cuenta, por ejemplo, que su madre tenía un afecto especial a Stalin un retrato en la pared, recordando que fue el ejército rojo el que la había liberado de Auschwitz.

Utilizando con sabiduría el recurso de relatar todo en tiempo presente consigue que el lector sea testigo inmediato del descubrimiento del mundo por un niño que pasea de la mano de su madre, recibe la visita de sus parientes de otra ciudad, vive la vida doméstica, juega con sus amiguitos, se fuma el primer cigarrillo, se bebe su primer alcohol, se inicia en la gimnasia onanista o tiene su primera experiencia amorosa. Y, además del tiempo presente, que Mariano Peyrou traduce con fluidez al castellano, está la sensibilidad de un hombre que muchos años después no deja enmohecer sus recuerdos más viejos y los trasmite vivificándolos con detalles que los hacen más presentes y más conmovedores. Hermoso libro.

Bowie (Sexto Piso) de Simon Critchley.-

Simon Critchley (Inglaterra, 1960) es uno de los filósofos más notables de nuestro tiempo. Y uno de los más desenvueltos para hablar. Y, tal vez, uno de los más irreverentes y más cuestionadores. Pocos días después de la muerte de David Bowie (1947-10 de enero de 2016) emprendió este libro: Bowie ha sido mi banda sonora: mi compañero constante, clandestino. En los buenos tiempos y en los malos. Míos y suyos. Y el resultado es memorable. A Bowie le correspondió ser el gran negador, el doctor no del baby boom. A pocos meses de su desaparición, la sensación que se respira traduce que estamos ante un inmortal que muestra el mundo con mayor fidelidad que la colección de lugares comunes y de mentiras repetidas como verdad que heredamos.

Critchley comienza señalando: La identidad es un asunto muy frágil. En el mejor de los casos, se trata de una secuencia de anomalías pasajeras, más que de una gran unidad narrativa. Como dejó sentado David Hume hace mucho tiempo, nuestra vida interior se compone de haces inconexos de percepciones, tirados por ahí como ropa sucia en los cuartos de la memoria, de manera que por medio de la impostura, y a causa de ella, sentimos una verdad que nos guía más allá de nosotros mismos, que nos lleva a imaginar otra forma de ser. Pues, en medio de esa confusión, precisa Critchley que la genialidad de Bowie consistía en convertirse en otra persona lo que durase la canción, y algunas veces a lo largo de todo un álbum o incluso de toda una gira. Bowie era un ventrílocuo. Y añade: por frágiles y espurias que sean nuestras identidades, [Bowie] nos dejaba (y sigue dejándonos) creer que podemos reinventarnos. De hecho, podemos hacerlo porque nuestras identidades son así de frágiles y espurias. Bowie, que, según parece, se reinventó a sí mismo sin límites, también nos hizo creer que nuestra propia capacidad para el cambio era ilimitada.

Por otra parte, se supone que las estrellas del pop, como el espantoso Bono, tienen que convertirse en versiones descafeinadas de Salman Rushdie y soltar tópicos liberales sobre el estado del mundo y lo que podemos hacer para remediarlo. Pero Bowie, aquí, desmonta esa complacencia liberal exponiéndola a una crítica sencilla y visceral. Las alfombras baratas con las que decoramos nuestros hogares las hace gente que vive en cabañas de mierda de camello. En lugar de entretenernos con fraudulentos programas políticos, Bowie afirma sencillamente que no es ningún juego. Esta mierda es algo serio. En otras palabras: La base, la constante, el fundamento de las obras más importantes de Bowie es que el mundo está jodido, agotado, viejo y acabado.

Por eso mismo, señala Critchley, La lucha por la realidad que es como Bowie describe toda su carrera artística, se revela un fracaso. No existe realidad fundamental con la que podamos dotar de sentido al mundo. Cuanto más luchamos, más nos acercamos a la nada. El sentido se disuelve en el sinsentido. Esto explica que la palabra nada aparece recurrentemente en sus letras y en los afectos que esas letras buscan señalar. Por ejemplo, en Heroes, Bowie canta: no somos nada y nada puede ayudarnos. En el núcleo de la música de Bowie encontramos la exaltación en torno a una experiencia de la nada y la tentativa de aferrarse a ella. Eso no significa que Bowie sea un nihilista. Au contraire. (&) ¿Dónde estamos ahora? He hablado ya de la disciplina extraordinaria de Bowie como artista. Es un creador de ilusiones que sabe que lo son. Aprendimos a seguirlo de una a otra, y al hacerlo, crecimos. Detrás de la ilusión no hay una realidad escurridiza, sino nada. Aun así, esa nada no es nada, por así decirlo. No es vacío, ni descanso, ni cese de movimiento. Es una nada tremendamente agitada, moldeada por nuestro miedo, sobre todo por nuestro timor mortis, nuestra terrible enfermedad hasta la muerte. Bowie mismo lo dijo en I cant give everything away: ver más y sentir menos / decir no y querer decir sí / ésta ha sido toda mi intención / ése es el mensaje que envié.

Tres de Bowie.

Bowie en I cant read: el dinero va al cielo del dinero / los cuerpos van al infierno de los cuerpos. Bowie en Survive: eres el gran error que nunca cometí. Bowie en The next day: saben que Dios existe porque se los dijo el diablo.

Citas de Bowie.-

 

Diccionadario

Que la palabra sea la cosa misma (Juan Ramón Jiménez).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):
Archiro: depósito de ropa.
Filososofía: especulación aburrida.
Bardo: bar de una sola nota.
Olgato: el olor de Olga.
Nobelisco: monumento a Alfred Nobel.

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«Muchas gracias de nuevo por el privilegio inmenso de leerlos. Espero que el próximo año nos colme de nuevos y hermosos textos». Sonia Cárdenas Salazar.

«Muchas gracias por el número 51. La historia de la cetrería, fantástica. Saludes» Luis Álvaro Gallo.

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