Diciembre-2018

Apuntes, d.j.a.

Elogio del caminar (Siruela)de David Le Breton.-

Hay una cantidad de textos creciente sobre el caminar dicho como sustantivo y también dicho como verbo. Hay clásicos del tema como Stevenson, como Rousseau, como Hazlitt. Y hay una inmensa bibliografía, dentro de la que se encuentran verdaderas joyas, como Las viejas sendas de Robert Macfarlane.

Escribir es un oficio quieto, pero llega a haber individuos que tienen las dos cualidades, el gusto y la virtud de desplazarse y la concentración y la quietud necesarias para escribir. El libro de David Le Breton (Le Mans, 1953) habla de muchos de los libros de caminantes, no necesariamente todos, pues el tema no es la bibliografía de los caminantes sino el caminar mismo, verbo y sustantivo, el caminar como religión. Los libros religiosos no son mi fuerte, pero admito que el entusiasmo de los caminantes por el caminar es una de las religiones menos fanáticas que quepa imaginar: ni siquiera estoy seguro de que los entusiastas del caminar consideren su culto como una religión. Pero tiene todo lo de una religión, comenzando por sus ritos. Además de creer que la práctica del caminar nos hace mejores: caminando se hacen buenos ciudadanos, buenos patriotas, dice Le Breton. El caminante arquetípico, el personaje ideal encarnado en varios casos históricos, para sí ir muy lejos, camina treinta kilómetros diarios. Hay algunos adeptos, más moderados, como Thoreau, quien habla de la necesidad interior que le lleva a caminar por lo menos cuatro horas al día.

Son preciosas las cosas que cuenta Le Breton e ingenioso su método, consistente en ir acumulando variadas definiciones del caminar sustantivo y verbo y religión. Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo. Le Breton piensa que, a pesar de que no hay muchas diferencias en el diseño del animal humano desde el Neandertal al hombre de nuestro tiempo, éste o sea usted y yo tiende a distanciarse y hasta a despreciar su propio cuerpo: el coche es hoy el rey de nuestra vida diaria, y ha hecho del cuerpo algo superfluo para millones de nuestros contemporáneos. La condición humana ha devenido en condición sentada o inmóvil, ayudada por un sinnúmero de prótesis. (&) El cuerpo es un resto sobrante contra el que choca la modernidad y que se nos hace todavía más difícil de asumir a medida que se restringe el conjunto de sus actividades en el entorno. También anota que si bien para nuestros ancestros el caminar se imponía como casi la única forma de desplazarse, hasta para los viajes largos, hoy en día no es más que una elección, incluso una forma deliberada de resistencia a la neutralización técnica del cuerpo que distingue a nuestras sociedades modernas. Y sentencia: La manera como se denigra masivamente del caminar en su uso cotidiano y su gran revalorización paralela como instrumento de ocio son hechos que revelan el estatuto del cuerpo en nuestra sociedad.

Dice Le Breton que el caminante es rico en tiempo y acto seguido cita a Régis Debray, un forofo del caminar, que dice que cuando hago treinta kilómetros al día, a pie, cuento mi tiempo por años; cuando hago tres mil, en avión, cuento mi vida en horas. Y refuerza con Robert Louis Stevenson: no llevar la cuenta del tiempo durante toda una vida&, es vivir para siempre.

Uno de los dilemas del caminante arquetípico es si es mejor caminar a solas o acompañado. Y la respuesta es tajante: el silencio es el fondo del que debe nutrirse quien camina a solas; en su respaldo, cita a Rousseau: cuando me ofrecían algún asiento vacío en los coches o se me acercaba alguien por el camino, me incomodaba viendo desbaratarse la fortuna cuyo edificio construía mientras iba marchando. Y se refuerza con Stevenson: para disfrutar adecuadamente una caminata hay que emprenderla en soledad. Si uno va acompañado, o incluso en pareja, ya es una caminata solo en el nombre; es otra cosa, que se acerca más a una merienda campestre. Y el inefable Enrique David Thoreau: estoy seguro de que si me busco un compañero de paseo, renuncio a cierta intimidad y comunión con la naturaleza. Mi paseo será ciertamente más banal. El gusto de la sociedad prueba el alejamiento de la naturaleza. Adiós a ese algo profundo, misterioso, que encuentro al pasear. Además de Hazlitt: al aire libre la naturaleza es compañía suficiente para mí. En él nunca estoy menos solo que cuando estoy solo. Ah, pero el mejor argumento lo trae alguien menos conocido, Jacques Lanzmann: cada vez que he salido con amigos, he vuelto con enemigos. Caminar diez días con alguien es vivir diez años con esa persona.

Otra definición: caminar es una apertura al mundo que invita a la humildad y al goce ávido del instante. (&) El caminante pocas veces tendrá la arrogancia del automovilista o de quien coge el tren o el avión, pues se mantiene siempre a la altura del hombre, sintiendo a cada paso la aspereza del mundo y la necesidad de granjearse la amistad de los otros caminantes que se cruza en el camino. Además, cree Le Breton, caminar se asemeja a un trance, a un olvido del yo, en lo que están de acuerdo algunos filósofos, Kierkegaard, por ejemplo: mis pensamientos más fecundos los he tenido mientras caminaba. O Nietzsche: profundo estado de inspiración. Todo concebido en el camino, durante largas marchas.

Sigo con las definiciones: caminar es la confrontación con lo elemental; es algo telúrico, y si bien es cierto que instituye un orden social dentro de la naturaleza (caminos, senderos, albergues, señales de orientación, etc.), es también una inmersión en el espacio no sólo sociológico sino geográfico, meteorológico, ecológico, fisiológico, gastronómico, etc. Sometiéndolo a la desnudez del mundo, exige del hombre todo su sentimiento de lo sagrado: la maravilla de oler los pinos calentados por el sol, de ver un riachuelo que serpentea por el campo, una graveta abandonada que acumula agua cristalina en medio del bosque, un zorro atravesando un sendero tan tranquilo, un ciervo deteniéndose entre las hojas para observar al intruso. Toda esta sensualidad se contrasta con el rol del automovilista; dice Le Breton: el conductor de automóvil es el hombre del olvido: el paisaje desfila a su lado, más allá del parabrisas, sin que él sienta nada, en una especie de anestesia sensorial y de hipnosis con la carretera. Es también el hombre de la urgencia: sin necesidad de detenerse en el camino, es únicamente un ojo hipertrofiado que lo recorre a gran velocidad.

Volviendo a la religiosidad del caminar (a la que Le Breton le dedica un capítulo entero, peregrinación cristiana, peregrinación budista), existe una especie de religiosidad que no implica a Dios, o lo hace oblicuamente: en 1974 Lotte Eisner, autora de varios libros sobre cine alemán, es hospitalizada en París con una grave enfermedad. El director Werner Herzog, que está en Alemania, se entera de la enfermedad de su amiga y retoma de manera profana la tradición del peregrinaje votivo. Mediante una acción propiciatoria, un sacrificio, establece una relación simbólica de intercambio con la muerte para que Eisner siga viva: cogí una chaqueta, una brújula, una bolsa de deporte y los enseres indispensables. Mis botas eran tan sólidas, tan nuevas, que merecían mi confianza. Me puse en camino hacia París por la ruta más directa, convencido de que yendo a pie, ella sobreviviría. Durante tres semanas, Herzog caminará a contracorriente del mundo contemporáneo, saltando vallas, atravesando campos y bosques. (&) Herzog caminará con los pies doloridos, agotado, helado, o calado hasta los huesos, a veces aterrado por ruidos o visitas nocturnas desconocidas, caminará contra la muerte de una amiga, contra el tiempo, apostando con sus limitados medios de ser humano, por la existencia del poder del corazón.

Después de 170 páginas de tratar el caminar como rito, religión, vía del conocimiento, forma de beber del espacio y de pasar el tiempo, Le Breton habla del mismo ejercicio ritual, pero dentro de la ciudad, y lo hace con el respaldo de la mejor autoridad en ese arte, Walter Benjamin. Termino con una cita de Benjamin: importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en un bosque, requiere aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte.

Diccionadario

No toda parcela del mundo tiene nombre, y todavía perviven bosques desconocidos o campos anónimos, planicies y valles que nadie ha pensado en bautizar. (David Le Breton).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Indilio: romance entre indígenas.
Hayuntamiento: está sucio, hay untamiento.
Primigenio: el primo del genio.
Burrocracia: gobierno de los asnos.
Grato: felino amigable.

 

 

aquetaciÛn 1


Avisos y noticias

Feliz 2019.- 

Nos despedimos hasta la segunda quincena de enero, cuando aparecerá el número 95 de Gozar Leyendo. Gracias a todos por la acogida; gerencia y edición: Catalina González Restrepo; envíos, redes, blog y correspondencia: Daniela Caicedo; redactor: Darío Jaramillo Agudelo.

Números anteriores de Gozar Leyendo.- 

Consulte todas las entregas de Gozar Leyendo aquí.

Suscripciones.-

Si desea recibir Gozar Leyendo en su correo, solicítelo gratis a la siguiente dirección: gozarleyendo@lunalibros.com

La misma dirección para sus comentarios. Reenvíelo a sus amigos o, si lo prefiere, suscríbalos: basta que nos envíe su dirección.

Para asegurar que reciba nuestros mensajes, incluya gozarleyendo@lunalibros.com y lectorlunatico@lunalibros.com en sus contactos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *