Junio-2019, primera quincena

Apuntes, d.j.a.

Opus Gelber (Anagrama), de Leila Guerriero.- 

Comienzo por el final: pienso que Leila Guerriero es una de las plumas maestras del castellano y que este libro es otra confirmación de la alta calidad de su trabajo de escritora. Gran literatura, un texto espléndido que uno se devora sin poder detenerse. O deteniéndose a releer fragmentos que bien merecen regustarse.

Los taxonomistas lo llaman perfil. O crónica. También podría llamársele biografía. Bruno Gelber (Buenos Aires, 1941) es uno de los grandes pianistas del siglo XX. Informa Leila que su grabación del concierto para piano número uno de Brahms es valorada como la mejor versión hecha en disco de esta pieza maravillosa.

Desde muy niño, Gelber demostró, de nuevo, algo que parece olvidarse casi siempre. Que el talento excepcional, el duende como lo llamaba Lorca es condición absolutamente necesaria pero nunca suficiente. Además del talento, hace falta estudiar y estudiar y estudiar y no dejar nunca de estudiar. Y después de cinco mil conciertos en más de cincuenta países (Gelber es un pianista más de sala de conciertos que de estudio de grabación), ahora, con setenta y largos, Gelber continúa estudiando obsesiva y persistentemente. En todas partes, con todos sus maestros, desde niño: estudiar, estudiar, estudiar, hundir la música en el cuerpo, hasta ser, todo él, el primero de Brahms, el cuarto de Beethoven, el tercero de Rachmáninov, insuflado de melodías brutales para terminar, una vez tras otra, bestialmente abandonado por ellas. Gelber llega a definir su relación con el piano como un matrimonio indisoluble: yo no me canso. Lo mío es una cosa íntima con ese señor con el cual me casé a los cinco años, de cola larga y dientes negros y blancos que me sonríe todos los días.

La salud le ha jugado duro a Gelber y lo ha endurecido a él: mi enfermedad de base, porque las tuve todas, fue la polio y no me hizo músico. Me quitó la movilidad. El día que me dio el ataque de polio el único temor que tuve fue el de no poder seguir tocando el piano. Y el único temor que sigo teniendo a medida que la vida avanza es no poder tocar. Yo estudié debajo de mi piano. Sacaban la lira y empujaban la cama debajo. El progreso cotidiano era poder poner no un almohadón sino una revista más para incorporarme, porque estaba totalmente corvaturado. Hasta que pude sentarme normalmente. La parte derecha quedó perfecta. Yo tengo todo sobre la pierna izquierda. Pero yo no me siento un enfermo. No me siento una víctima de la vida, por haber tenido la polio. Ahora, lógicamente, la polio me concentró más.

Algo análogo puede predicarse del oficio de cronista, según se observa en los comentarios de Leila. Cuando uno lleva la tercera parte del libro y se siente bastante informado acerca del personaje, nuestra cronista sale de la casa de Gelber con la sensación de no haber obtenido mucho. Más bien nada. Y, al final, después de entregarnos un retrato a fondo, insatisfecha todavía, se dice que nunca podría saber cómo es cuando está solo. Con talento de sobra, ella se sumerge en su personaje y nunca parece del todo satisfecha con lo que averigua, lo que observa o lo que le oye decir a Gelber. Y el lector, al tiempo que va conociendo al nada fácil pianista (yo tengo alguna pequeña perversión, que es la de no ser exactamente aquel que la gente piensa que tengo que ser), vive la experiencia de la propia Leila, nunca del todo satisfecha con el grado de profundidad que va logrando en el conocimiento del intrincado pianista.

El perfil es integral. Entrevistas al maestro. Repetidas visitas a su casa. Consultas con expertos en música, como el simpar Pablo Gianera. Conversaciones con sus amigos, especialmente con Hugo Beccacece. Confrontación de los datos y una autocrítica constante que Leila Guerriero sabe trasformar en calidad de la escritura y de la narración.

(Ya escribí el párrafo final de esta recomendación de lectura. Pero me da gusto repetir que es un libro excelente).

Coronel Jack (Gadir), de Daniel Defoe.- 

Ya antes en Gozar Leyendo aparecieron comentarios sobre libros de Daniel Defoe (1660-1731). Más propiamente sobre Moll Flanders (# 67, ver aquí), Roxana (# 71, ver aquí) y la Historia general de los piratas (# 86, ver aquí). En una época en que la narrativa de ficción era despreciada, Defoe acreditó el género. Su Robinson Crusoe (que Julio Cortázar tradujo al castellano) es un clásico de la novela de aventuras.

Así como Moll Flanders, Coronel Jack es una típica novela picaresca. El cuento lo cuenta ese coronel Jack, un niño recogido, un chico de la calle, un gamín del siglo XVIII. Una primera persona eficaz, convincente, que siempre crea el clima de confidencia y de sinceridad como para hacer verosímil el cuento. Y, a la vez, un tono moralista que no parece muy firme. ¿Estoy calumniando a Defoe cuando digo que al parecer cuenta comportamientos fuera de la ley como para que sirva de lección, pero que lo que hace en verdad es usar ese subterfugio de la moralina para librarse de la censura y así poder contar cosas que relatadas directamente no pasarían la autorización de publicación? Larga pregunta que se la han hecho los lectores maliciosos y gozosos de don Daniel, pero que tiene en contra ese puritanismo religioso que exhibía en público. Y que tiene a favor el hecho de que no siempre Defoe aparentó lo que realmente era: chismes de su tiempo lo presentan como un espía y otros rumores dicen que, siempre acosado por deudas, llegó a vender su pluma a causas que muy posiblemente no eran las suyas. Ah, y a tener algunas ideas propias bastante escalofriantes, como el supremacismo racial. Aquí, en Coronel Jack, el narrador llega a referirse al temperamento brutal y obstinado de los negros que, tal y como dicen las Escrituras, han de ser gobernados con pulso firme y golpeados con alacranes. Debo decir en su favor, sólo como atenuante, si cabe, que ya como plantador y propietario de esclavos, el coronel Jack piensa que le va mejor a su hacienda tratando bien a sus esclavos que siendo cruel con ellos.

Sus situaciones y sus párrafos edificantes no dejan de tener el sabor de alguien que critica unas formas de convivencia en las que tener dinero equivale a ser salvado, a tener la razón en todo, hasta en el miedo de perder el dinero: Esto es suficiente para que cualquiera comprenda cómo acontecen las vicisitudes y angustias de la vida, cómo nacen de la impaciencia por obtener dinero y de la desazón de cómo conservarlo una vez conseguido. Yo que no tenía nada y que no sabía lo que era tener algo, e ignoraba las preocupaciones que acompañan ese deseo; o que no quería nada, que es lo mismo que quererlo todo, y no me preocupaba dónde encontrar comida o dónde dormir, no conocí la naturaleza del dinero o qué hacer con él, ni padecía los efectos de no conciliar el sueño, hasta que no tuve algo de dinero para guardar.

Lo que es evidente, aun en esta obra secundaria del mismo tipo que escribió Robinson Crusoe y Moll Flanders, es que Defoe poseía el don de contador de cuentos y uno puede pasar seis horas de un vuelo nocturno compensando el sueño que no llega con este relato que tradujo Pedro Tena por primera vez al castellano. El coronel Jack cuenta su vida. Cuando fue ratero, esclavo, capataz y vigilante, cuando fue soldado, cuando fue condenado a pagar años de trabajos forzados en la colonia inglesa en Norteamérica hasta cuando termina de plantador y dueño de una hacienda de trescientos acres.

Diccionadario

Cuando las cosas cantan sólo las escuchamos mirándolas. (José Mateos).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Jacalí: cruce de caballo y jabalí.
Sabalgaduras: monturas para los sábados.
Candelibro: luz para leer.
Sufrida: la mujer de Diego Rivera.
Penamorado: amante que sufre.

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De nuestros lectores.-

«Maravilla de Pessoa en la Francia de 1950. ¡Gracias, Darío!». Braulio Peralta.

«Es notable cómo Pessoa logra tantos afectos. Esa plasticidad sensitiva para comprender la diversidad lo hace increíblemente poderoso y universal. Cada yo se instaura como si estuviéramos en un concurso donde la gente se cita a ciegas en el sortilegio de la solidaridad, del genuino entendimiento, aún si, después de las primeras palabras, resultamos discordantes para ellos. Amamos a Pessoa porque transitamos la ineludible realidad. Gracias Darío». Kevin Marín.

«Tu Gozar Leyendo es un verdadero recreo literario y me lo gozo cada que llegan esas páginas. Siempre llega algo novedoso que prende la chispa de la imaginación. Eso de Pessoa y sus juegos narrativos está indecorosamente incendiado de inocencia maligna que prende el candil. Y tu gota a gota del Diccionadario es un verdadero malabarismo de las palabras que se enhebran desde las neuronas del tiempo sin fatiga». Juan Carmelo Martínez.

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