Septiembre-2019, segunda quincena

Apuntes, d.j.a.

El sentido olvidado (Mardulce), de Pablo Maurette.-

Pablo Maurette (Buenos Aires, 1979) hace en El sentido olvidado un recorrido de textos filosóficos y literarios alrededor del sentido del tacto (cuestión que se complementa con el aporte del prologuista, José Emilio Burucúa, que examina el tacto en el arte europeo posterior al siglo XVI).

Maurette comienza, auspiciosamente, por desmentir el título del libro: El tacto nunca fue realmente olvidado porque es imposible desentendernos de él aunque queramos. Platón puede ignorarlo y elogiar una y otra vez la vista como el sentido más afín al intelecto, pero cuando describe la unión entre el alma y lo divino se entromete el lenguaje de lo táctil. El cristianismo puede considerarlo el más sucio y peligroso de los sentidos, compuerta a mil tentaciones, instigador de pecados nefandos, pero a la hora de dar cuenta de la experiencia personal de la fe, del dogma de la encarnación, del misterio del calvario, del gozo en lo divino, las metáforas e imágenes táctiles se filtran sin pudor y son las que mejor ilustran la esencia del fervor religioso. Es que el tacto no es un sentido sino muchos.

Maurette recuerda que en 2005 Robert Jütte proclamó que el siglo XXI es el comienzo de la era háptica. (&) El término háptico viene del verbo griego háptomai que significa entrar en contacto con, tocar, agarrar. (&) Una de las cualidades más fundamentales de lo háptico: la simultaneidad del afectar y del ser afectado. Tocar es ser tocado. Sentir es sentirse. Y precisa que no cabe duda de que lo háptico es excepcional respecto de los otros sentidos. Se me ocurren cinco razones (&): para empezar, es el primer sentido que se activa. (&) La piel, el órgano del tacto, se forma alrededor de la octava semana de gestación. (&) En segundo lugar, se trata de la única forma de sentir que el ser humano no puede perder. (&) Tercero, lo háptico es la única variedad en el sentir que no está localizada en un punto u órgano específico del cuerpo. Se desarrolla en la interioridad insondable y se despliega (&) por toda la piel (el órgano más vasto y complejo del ser humano). (&) Cuarto, es el único sentido que se desdobla (&). Cuando nos tocamos estamos a la vez tocando y siendo tocados. Por último, lo háptico no requiere medio alguno (como el aire o la luz), sino que se da en la más pura inmediatez.

Maurette hace el seguimiento de ciertos momentos en que la literatura aborda lo táctil; destaca la labor de disolver el esperma de la ballena en Moby Dick, invoca el canto diecisiete de la Ilíada, nos lleva al once de la Odisea del que dice que es el primer descenso a los infiernos de la literatura universal: en el mundo de Odiseo los muertos ven, oyen y hablan, huelen y gustan. Son iguales a los vivos salvo por un detalle dramático: no tocan ni pueden ser tocados. Odiseo comprueba esto cuando ve a su madre e intenta abrazarla no una, ni dos sino tres veces, y no puede. La difunta se le escapa de las manos como una estatua de niebla. (&) Homero aquí deja claro que el tacto es el sentido que define la vida. Vivir es tocar y ser tocado.

Lucrecio fue un escritor latino que vivió durante el siglo anterior a la era cristiana. De él tan sólo se conoce De rerum natura La naturaleza de las cosas, poema filosófico. Y es un personaje central a la hora de recontar las palabras que se han dicho sobre el tacto: era un epicúreo que creía que el universo era eterno e infinito y que el alma humana era material, divisible y, por ende, perecedera. En cuanto a lo divino, su existencia no le interesaba demasiado y sostenía que, en caso de existir, los dioses también eran entidades materiales, pero compuestos por átomos tan sutiles, que no había manera de que sus acciones nos afectasen. Ideas como las de providencia, premios y castigos de ultratumba o intervención divina eran para Lucrecio mentiras pergeñadas por sacerdotes y teólogos para mantener a las masas atemorizadas y sometidas. Para Lucrecio la piedra fundamental de la existencia y de la percepción era el sentido del tacto. Pensaba que todo es cuerpo y lo que no es cuerpo es vacío. Ser cuerpo es tocar y ser tocado. Tactilidad (entendida como actividad de tocar) y tangibilidad (la condición de poder ser tocado).

Ya el lector ha sido informado que fue Aristóteles quien contó los sentidos y dijo que eran cinco. Para Lucrecio, los cinco sentidos son modalidades de lo háptico. La vista opera gracias a sutilísimas capas o cáscaras que las cosas exudan, como serpientes cambiando de piel, y que impactan contra la retina. El oído funciona por medio de átomos de sonido que penetran por las orejas e impactan contra el tímpano. El sabor se activa cuando la lengua toca lo que sea que uno se mete en la boca y el olfato cuando los átomos aromáticos invaden los orificios nasales. Sentir es tocar, y sólo disponemos del sentido, el tacto, como puerta de acceso al mundo. El lucrecianismo es un materialismo sensualista: hapticidad pura. (&) todo nos toca, tocamos todo y nada es intocable, ni siquiera el alma, ni siquiera los dioses.

Durante algunas páginas, Maurette se traslada de la literatura o la filosofía a un fenómeno atroz, las pestes, como la viruela, y las enfermedades contagiosas, como la sífilis: el epidemiólogo comprende que la peste se trasmite no por medios mágicos, ni como consecuencia de un castigo divino, sino por contacto entre el cuerpo y partículas diminutas que acarrean la infección. Fracastoro, el Lucrecio del siglo XVI, el padre de la epidemiología moderna, propone que el contagio es, como el término mismo lo dice, un tacto que conlleva algo que resulta infeccioso.

Tal vez el más hermoso capítulo del hermoso libro de Maurette sea el que dedica al beso: el beso erótico, en particular el beso en la boca y el beso con la lengua, que ya aparecía evocado en los versos del Cantar de los cantares, es el más complejo, el más sofisticado de todos los besos, en primer lugar porque es un beso que se da y se recibe a la vez, y en segundo lugar porque requiere mucho más que el mero contacto con los labios. Del beso erótico participan la lengua, los dientes, la saliva, el aliento, las manos, los brazos, el cuerpo entero. Sabemos que el beso erótico, lejos de ser una práctica moderna u occidental, es algo propio del ser humano, universal y transhistórico.

En el Diario de un seductor, Soren Kierkegaard propone una taxonomía de los besos por su sonoridad. Lamentablemente el lenguaje carece de onomatopeyas, como para dar cuenta de la abrumadora variedad de sonidos que puede producir un beso. (&) Intenta, sin embargo, una breve clasificación: el beso aplastado, el beso explosivo, el beso silbado, el beso fangoso, el beso resonante, el beso lleno, el beso hueco, el beso algodonado, etc. Pero los besos también se pueden clasificar de acuerdo con parámetros táctiles o temporales, sigue Kierkegaard. Está el beso tangencial, el beso de pasada, el beso pegote, el beso largo, el beso corto. Y si de distinciones temporales se trata, concluye el autor, la más interesante es la que existe entre el primer beso y todos los demás: esto nada tiene que ver con el sonido, el tacto o el tiempo en general [cita a Kierkegaard]. El primer beso es cualitativamente diferente de todos los demás. Muy poca gente se detiene a pensar estas cosas. Agrega Kierkegaard que le resulta curioso que no exista ningún libro sobre el tema y que los filósofos no han hablado del tema porque no saben nada de besar ni de besos (&) y sugiere que si hubieran sabido besar no se habrían dedicado a la filosofía. 

Aclara Maurette que Kierkegaard se equivoca cuando afirma que no existe ningún libro filosófico dedicado al beso. Involuntariamente comete ese error, pues cuando él publicó su Diario de un seductor aún no se había descubierto Delfino o del beso, un opúsculo renacentista escrito por Francesco Patrizi, conocido por sus devastadoras críticas al aristotelismo medieval y renacentista y que afirmó en su tiempo lo mismo que Kierkegaard, que la filosofía ha ignorado olímpicamente el tema, los filósofos han hablado mucho del amor pero jamás se han detenido a preguntarse por el beso. 

Para Patrizi en la suavidad del beso se esconde el misterio de la mediación entre el cuerpo y el alma. El beso es la frontera entre lo material y lo espiritual. (&) Para Patrizi el beso romántico puede ser dado en seis partes del cuerpo de cuatro maneras diferentes; esto da un total de veinticuatro tipos de besos. Las seis partes del cuerpo son, en orden ascendente de suavidad, las manos, el pecho, el cuello, las mejillas, los ojos, la boca. Las cuatro maneras de besar son: con labios secos, con labios húmedos, mordiendo y con la lengua. El beso en la boca que para Patrizi es el más excepcional de todos porque es un beso que uno da y recibe al mismo tiempo es un caso especial porque se trata del encuentro entre dos bocas, de modo que las combinaciones se multiplican. Dos personas se pueden besar en la boca con los labios secos, una puede tener los labios secos y la otra húmedos, una puede succionar los labios de la otra, o pueden alternarse entre el succionarse y lamerse los labios, lo mismo en el morderse los labios y, finalmente, pueden meterse la lengua en la boca a la vez, o por turnos. El punto más alto de placer y suavidad o dulzura, concluye Delfino, es cuando la muchacha nos mete la lengua en la boca. Y esto se debe a que, al succionar la lengua, uno bebe sin darse cuenta el espíritu del otro. Espíritu es aquí un término técnico heredado de una larga tradición que se remonta al Medioevo y a la obra de Averroes; (&) es un vapor muy sutil que se produce en la sangre y viaja por las arterias impulsado por los latidos del corazón. El espíritu llega hasta las extremidades del cuerpo y sale por los poros y por los ojos en rayos luminosos que encienden el deseo erótico. (&) El placer erótico es producto del contacto físico primigenio o primordial que se da a través del espíritu, entidad que constituye el grado cero de la tangibilidad, pues más allá acecha el alma, una realidad del todo intangible.

Un poeta neolatino en particular el holandés Jan Everaerts, más conocido como Johannes Secundus o Juan Segundo decidió que el tema del beso era lo suficientemente importante como para tener su propio género lírico. Así, inventó el basium, una pieza lírica corta, que sin exigir un verso específico combina distintas posibilidades métricas para crear ritmos y cadencias que emulan el acto mismo del besar. La obra capital de Johannes Secundus, Basia (Los besos), publicada por primera vez en forma póstuma en 1539, es una colección de 19 besos en la que el poeta cuenta la exorbitante variedad de besos y formas de besar. El basium se distingue de otros subgéneros de la poesía lírica como el soneto, la oda, la elegía, (&) porque tiene un tema obligado: el beso. Pero el basium no es simplemente un poema sobre el beso y el acto de besar, el basium es en sí mismo un beso del poeta al lector. El basium es el único género literario cuyo objetivo principal es explícitamente táctil. Al evocar besos, el poeta da besos. 

El basium 10 dice: Chupar tu lengua trémula con mis labios quejosos, mezclar dos almas en una boca, y luego, cuando nuestro amor desfallezca hasta parecerse a la muerte, difundir el cuerpo peregrino del uno en el otro.

Maurette se refiere a la famosa carta de Lord Chandos, de Hugo von Hofmannstahl: en la distancia conceptos y palabras se deshacen y el poeta, en un intento desesperado por no perderse en el caos del sinsentido, se acerca instintivamente a las cosas hasta que la vista se vuelve tacto. (&) La carta de Lord Chandos, un auténtico manifiesto del modernismo, llama a refundar el lenguaje y a inaugurar una poética que no pretenda reflejar el mundo sino que, en vez, aspire a crear mundos nuevos, artificiales, paralelos que rocen lo real como el ojo roza las texturas a través de una lupa. Se trata de un llamado a permanecer sobre la superficie, a descubrir sus secretos. Un aforismo tardío de Hofmannstahl lo resume con simple elocuencia: Hay que esconder la profundidad. ¿Dónde? En la superficie. (&) Este llamado de Hofmannstahl lejos está de ser una mera figura retórica. El austríaco está, en cambio, anunciando un descubrimiento: aquella creencia atávica del pensamiento occidental que ubica a la esencia humana en el interior del cuerpo, inaccesible a los sentidos, intangible, es una creencia falsa. Nuestra naturaleza, nuestra esencia, si es que existe algo semejante, es la superficie misma. Y la superficie es la piel.

El gusto que me da este libro ha hecho que me alargue demasiado. Y todavía tendría más para contarles. Pero ya es hora de poner punto final con una cita de Joyce: uno podría incluso decir que el hombre moderno tiene epidermis en lugar de alma.

Diccionadario

«El hombre es hechura del lenguaje. Rafael Cadenas.

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):
Pavaria: la patria de las pavas.
Tórdoba: la patria de los tordos.
Lolanda: la tierra de Lola.
Pirineneos: montañas muy jóvenes.

aquetaciÛn 1


Avisos y noticias

Números anteriores de Gozar Leyendo.- 

Consulte todas las entregas de Gozar Leyendo aquí.

Suscripciones.-

Si desea recibir Gozar Leyendo en su correo, solicítelo gratis a la siguiente dirección: gozarleyendo@lunalibros.com

La misma dirección para sus comentarios. Reenvíelo a sus amigos o, si lo prefiere, suscríbalos: basta que nos envíe su dirección.

Para asegurar que reciba nuestros mensajes, incluya gozarleyendo@lunalibros.com y lectorlunatico@lunalibros.com en sus contactos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *