Enero-2020

Apuntes, d.j.a.

Los sentidos de las aves (Capitan Swing), de Tim Birkhead.- 

Este es un magnífico libro en el que el ornitólogo británico Tim Birkhead (Leeds, 1950), quien podría perfectamente llamarse Birdhead, cuenta cosas asombrosas del mundo aviar al examinar los sentidos de los pájaros, evitando la jerga científica y usando un lenguaje accesible a los no especialistas.

Desde hace siglos se sabe que, en general, las aves tienen una magnífica vista. Por ejemplo: un cernícalo americano puede detectar un insecto de dos milímetros a una distancia de dieciocho metros. Añade Birkhead que la agudeza visual de un rapaz es algo más del doble de buena que la nuestra y llama la atención sobre los fotorreceptores de la retina responsables de la percepción del color: los humanos tenemos tres tipos que se distinguen por el color de la luz que absorben: rojo, verde y azul. En comparación con la mayoría de mamíferos, los humanos y primates tenemos una percepción del color relativamente buena, porque muchos otros incluidos los perros solo tienen dos tipos de conos (&). Por muy buena que pensemos (arrogantemente) que es nuestra percepción del color, en comparación con la de las aves es bastante pobre porque ellas tienen cuatro tipos de conos sencillos: rojo, verde, azul y ultravioleta. Las aves no solo tienen más tipos de conos que nosotros, también tienen más cantidad. Además los conos de las aves contienen una gotita de aceite pigmentada que puede que les permita distinguir aún más colores.

Por otra parte, así como en los humanos, el cerebro de las aves está dividido en dos hemisferios, derecho e izquierdo (&). Diferentes lados del cerebro se ocupan de diferentes tipos de información. Por ejemplo, los loros son principalmente zurdos. Los pollos de gallina doméstica, por ejemplo, utilizan el ojo izquierdo para acercarse a su progenitora. Los machos de cigüeñuela común son más proclives a dirigir las exhibiciones del cortejo hacia hembras a las que ven con el ojo izquierdo que hacia las que ven con el ojo derecho. El chorlitejo piquituerto, un chorlito de Nueva Zelanda, es único entre las aves por tener el pico curvado lateralmente hacia la derecha, el cual utiliza para dar la vuelta a las piedras en busca de invertebrados, bien porque el ojo derecho sea mejor para forrajear a poca distancia, bien porque el izquierdo sea mejor para divisar posibles depredadores o por ambas razones. Cuando los halcones peregrinos están cazando, se dirigen hacia su presa trazando un amplio arco, en vez de en línea recta, y usan principalmente el ojo derecho. Los cuervos de Nueva Caledonia, famosos por fabricar herramientas hacen ganchos con hojas muestran una fuerte tendencia individual en la creación de herramientas bien por el lado izquierdo, bien por el derecho de las hojas. Asimismo, cuando están utilizando esas herramientas para enganchar a sus presas y sacarlas de las grietas, muestran una preferencia individual por su lado izquierdo o derecho, pero no existe propensión a la izquierda o derecha en la población como conjunto.

La observación de que algunos pájaros duermen con un ojo abierto está documentada desde el siglo XIV. Dice Chaucer en los Cuentos de Canterbury: los pajarillos& duermen toda la noche con un ojo abierto. Y es cierto. Explica Birkhead que en unos casos (patos, halcones y gaviotas) lo hacen para vigilar su propio sueño y protegerse de los depredadores. En otros casos, y esta situación parece absurda, hay aves, como los vencejos, que duermen mientras vuelan y van con un ojo abierto recorriendo, a veces, grandes distancias.

Hablemos del oído. Hay cierto llamado de las codornices que alcanza los 1.500 metros. Y no es la mayor distancia. El simpar Daniel Defoe habla de la tosca música del avetoro, un pájaro que antes se consideraba funesto y de mal agüero y que, según lo que se dice (pero tengo entendido que nadie sabe), mete el pico en un carrizo y lanza ese gruñido o sonido fuerte y seco, como un quejido, el cual emite tan alto, con esa resonancia de graves profundos, como el sonido de una escopeta a gran distancia, que se oye a dos o tres millas (dice la gente) aunque, a lo mejor, no llega tan lejos.

Precisa Birkhead que las aves utilizan el oído para detectar posibles depredadores, para encontrar comida y para identificar a los miembros de su propia especie y de otras. Para poder hacer todo esto, tienen que ser capaces de identificar de dónde les llega un sonido en particular, distinguir sonidos significativos del ruido de fondo creado por otros pájaros y por el entorno y discriminar entre sonidos parecidos. También aclara que algunas especies de búhos tienen plumas en la parte de arriba de la cabeza que a primera vista parecen orejas pero que no tienen nada que ver con el oído.

Cuenta un ingenioso experimento con una lechuza común en cautividad. (&) Tras ir reduciendo la luz a lo largo de varios días consecutivos, la lechuza (&) era capaz de atrapar ratones en total oscuridad con solo apuntar hacia el sonido que éstos producían al hacer crujir las hojas que cubrían el suelo. Para comprobar a qué apuntaba la lechuza, Payne realizó un experimento en una sala con el suelo cubierto de gomaespuma y con un ratón con una hoja seca atada a la cola. La lechuza se abalanzó sobre la hoja (la fuente del sonido) en vez de sobre el ratón, lo que disipaba la idea antes propuesta de que las lechuzas podrían tener visión infrarroja o algún otro sentido y confirmaba que el sonido era la única señal que recibían.

En diferentes épocas en el siglo XVIII con los murciélagos y en el XIX con los guácharos se hicieron experimentos con aves que vuelan en absoluta oscuridad dentro de cuevas: si les tapaban los ojos tanto murciélagos como guácharos seguían orientándose perfectamente, pero si les sellaban los oídos comenzaban a darse contra las paredes.

Para referirse al tacto de las aves, Birkhead comienza por contar que durante varios años tuvo en su casa un diamante cebra llamado Billie, que entabló amistad con una de sus hijas, Laurie: conocía su voz, pero lo más impresionante era que reconocía sus pasos: aunque cómo lo hacía era un misterio, ya que Laurie tiene una gemela idéntica y Billie nunca se emocionó con el sonido de los pasos de su hermana. Al oír que Laurie se acercaba, Billie se ponía a cantar y volvía a hacerlo en cuanto le abría la puerta de la jaula y saltaba para posarse en su dedo. Tras el entusiasmo inicial, Billie le pedía a Laurie que le acicalase el cuello, inclinando la cabeza a un lado y levantando las plumas de la nuca; adoptaba exactamente la misma postura que adoptaría si estuviese invitando a otro diamante cebra a acicalarlo.

La verdad es que el pico de las aves dista mucho de ser inerte. Ocultos en diminutas cavidades en diferentes partes del pico (y de la lengua) hay numerosos receptores táctiles y son ellos los que les permiten al diamante cebra y a otras especies afinar sus acicalamientos sociales. Aún más, dada su naturaleza, parece inconcebible que la punta del pico de los loros sea sensible al tacto, pero lo es. Y, llegando al extremo, qué pasa con los pájaros carpinteros que usan el pico como si fuese un hacha. ¿Cómo puede un pico ser sensible e insensible a la vez? La respuesta es la siguiente: nuestras manos funcionan exactamente igual. Cerradas en puños, nuestras manos se convierten en armas, pero abiertas son capaces de experimentar la más sofisticada sensibilidad. (&) Un pájaro carpintero quiebra la madera usando la punta afilada e insensible de su pico; no usa el interior de la boca, mucho más sensible.

El tacto de las aves también se puede observar en el acicalamiento de las plumas que, aparte de tener una función higiénica, produce una baja en el estrés, una especie de placentero relajamiento.

La piel de las aves, así como la de los mamíferos, es sensible tanto al tacto como a la temperatura. Esta sensibilidad es especialmente importante cuando las aves están incubando huevos o criando pollos, no solo para asegurarse de que sus huevos o pollos reciben el calor adecuado, sino también para evitar pisarlos o aplastarlos. El aparato calefactor es la placa incubatriz, una zona de piel que pierde las plumas unos días o semanas antes de que empiece la incubación y cuya irrigación sanguínea aumenta. En algunas aves, la placa incubatriz juega un papel vital a la hora de determinar cuántos huevos pone la hembra (&) en la década de 1670, el naturalista Martin Lister llevó a cabo un sencillo experimento con las golondrinas comunes que habían anidado cerca de su casa (&) y obtuvo unos resultados completamente inesperados. En cuanto ponía un huevo la hembra de golondrina, él lo quitaba y se encontró con que, en vez de poner una nidada normal de cinco huevos, aquella siguió poniendo huevos hasta llegar a nada menos que diecinueve. (&) Pruebas posteriores con otras especies dieron resultados parecidos, incluidos un gorrión común que puso cincuenta huevos (en vez de cuatro o cinco) y un carpintero escapulario que (&) puso setenta y un huevos en setenta y tres días. (&) Si los huevos no se quitan, los sensores táctiles en la placa incubatriz detectan su presencia en el nido. 

Para seguir con el tacto, Birkhead se pregunta si las aves disfrutan con el sexo. Difícil saberlo, sobre todo de especies cuya cópula dura una décima de segundo el acentor común y uno o dos segundos como muchas especies que no dan muestras de placer físico. Menos son los que duran más tiempo dedicados al sexo. El loro vasa de Madagascar tiene una de las cópulas más prolongadas de todas las aves. Pero el pájaro que hace más evidente su disfrute sexual es el bufalero piquirrojo, un ave africana del tamaño de un estornino.

En lo que respecta al sentido del gusto, como las aves no tienen dientes y no mastican el alimento, sino que se lo tragan directamente, da la impresión de que no tienen sentido del gusto. Sólo en 1974 un investigador holandés, Herman Berkhoudt, descubrió por fin las papilas gustativas en los pájaros. En la mayoría de las especies de aves, las papilas gustativas se encuentran en la base de la lengua, en el paladar y hacia la parte posterior de la garganta.

También a los ornitólogos les ha costado aceptar que las aves quizá tengan sentido del olfato. Hay anécdotas que parecían negar la existencia del olfato en los pájaros. En una revista de 1873 se contaba lo siguiente: en mayo de 1871, el señor E. Baker de Merse, en Wiltshire, asistió al funeral de dos niños que habían muerto de difteria. El camino que había de seguir la carroza fúnebre, de una milla o más, pasaba junto a los Downs y no llevaba mucha distancia recorrida cuando aparecieron dos cuervos. Estos pájaros azabaches (&) acompañaron al cortejo fúnebre la mayor parte del camino y llamaba la atención cómo se tiraban en picado al féretro repetidamente, lo cual hizo que al señor Baker no le cupiese ninguna duda de que sus capacidades olfativas habían detectado lo que había dentro de ellos. Añade Birkhead que en este caso queda bastante claro que la vista no podía haber sido de mucha utilidad, pues los féretros estaban cerrados, y que los cuervos solo podían haberse dado cuenta de lo que contenían mediante el olfato.

Pero solo hasta 1985 una científica descubrió que hay tres cámaras dentro del pico de las aves y que en la tercera de ellas están las células que detectan los olores: las partes del cerebro que se encargan de interpretar los olores están situadas cerca de la base del pico y, por la forma que tienen, se llaman bulbos olfatorios.

Además de los cinco sentidos que se le atribuyen al ser humano desde Aristóteles, Birkhead añade otros dos: los biólogos que estudian la migración han identificado otros tipos de brújula que usan las aves para orientarse; entre ellos, una brújula solar que usan las aves que migran de día y una brújula estelar que usan las especies migratorias nocturnas.

 

Diccionadario

El nombrar poético estaría encargado de acercarnos a la cosa y dejarnos frente a ella como cosa. (Rafael Cadenas).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Correpto: repto con otros.
Literario: cama fluvial.
Prontituta: puta exprés.

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«Muchas gracias por el alimento espiritual que nos deparan. Felicidades en Navidad y nos reencontraremos en el 2020. Abrazos». Álvaro Beltrán.

«Mil gracias, Darío. Con tu equipo haces una página de lectura valiosa y educativa. Les deseo unas felices fiestas y muchos éxitos en 2020. Abrazos fuertes». Gabriel Echeverri.

«Excelente recreo literario en cada aparición: breve, sustancioso y divertido. Gracias». Juan Carmelo Martínez.

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