Marzo-2021, segunda quincena

Apuntes, d.j.a.

La vida callada de Federico Mompou (Vaso Roto) de Clara Janés.-

Cómo llegué a esto.- Llegué a este libro gracias a mi admiración por el músico barcelonés y la gratificación de lector proviene no sólo de que sea la biografía de un músico admirado, sino por el gusto de leer la prosa deliciosa, que no conocía, de la excelente poeta Clara Janés (Barcelona, 1940). Excelente poeta y, además, generosa, pues me hizo llegar este libro cuando supo de mi entusiasmo con la música de Mompou.libro Luna

A Federico Mompou (Barcelona, 1893-1987) no se le conoce tanto como a los otros grandes compositores españoles de la primera mitad del siglo XX Granados, Albéniz, Falla, santísima trinidad y, a veces, señalando un parentesco que él nunca ocultó, se le ha llamado el Satie español, cuestión que parece reducirlo a una especie de epígono, o de seguidor del siempre maravilloso Satie. Otra cosa es que, por su formación, por los muchos años que pasó en Francia, pudo identificarse con el espíritu de la música francesa de su época de Fauré y Saint-Saëns a Debussy, Ravel y Satie. De algún modo, Mompou es un puente: un ya muy reconocido Granados le escribe una carta a Fauré recomendándole a un chico de dieciocho años llamado Federico Mompou.

Mi experiencia de oyente (por semanas ha sido lo único que oigo) es que el piano de Mompou disuelve el tiempo. Si la música que es tiempo puede acabar con el tiempo, es porque el placer de oírla borra toda frontera cronológica. En la modesta medida de un hombre apoltronado flotando entre la música, Mompou ha sido para mí una aventura inigualable, situada en un universo transparente donde predomina el silencio.

Uno de los más cercanos amigos de Mompou fue el poeta José Janés, editor muy conocido. Las familias de ambos tenían confianza y cercanía. Y se veían con frecuencia: en testimonio de esto figura en La vida callada de Federico Mompou una foto del compositor con la hija del poeta Janés, Clara, cuando era muy joven. Esta amistad se prolongó toda la vida y facilitó a la autora buena parte de la información para esta biografía. El relato de la infancia de Mompou, además, trasciende el nivel meramente informativo propio del género, y se convierte en una colorida y muy cálida crónica de una vida, de unas familias, de una Barcelona de fines del siglo XIX y principios del XX.

Pentecostés.- A los dieciséis años de edad, todo apuntaba a que Mompou sería pianista. Ya se había presentado en público y él mismo sentía vocación por la música. Marzo de 1909: Fauré visita Barcelona y presenta varios conciertos; Mompou va a la sala Mozart, llega tarde y le toca oír desde afuera el principio del concierto, el Quinteto opus 89 de Fauré. Y fue precisamente entonces, al oír aquella música detrás de una puerta, cuando en la mente del joven Federico se hizo una luz súbita. La música dejó de ser un elemento para ser interpretado, existía otra música nueva, similar a aquella que estaba oyendo, y que aún no había sido escrita. Era preciso buscarla para darla a conocer. ¡Cómo dejar en la nada tantos acordes, tanta armonía, esperando tomar cuerpo en el sonido! (&) Aparentemente había sido una velada como las demás, aunque para Federico Mompou, de dieciséis años, la búsqueda comenzaría la misma mañana del día siguiente. Y sería una búsqueda paciente, callada, que tardaría años en dar su primer fruto.

Dice la biógrafa un párrafo más adelante: como en el amor, había pasado junto a aquella música sin fijarse en ella, y aquel día, por una circunstancia especial, fuera la presencia del autor, el mismo retraso, o la particular armonía del quinteto, su realidad no sólo se le manifestaba, sino que le abría la puerta a un terreno aparentemente desconocido, donde más adelante, consciente o inconscientemente, iría encontrando y fijando ya, para no volver a perder nunca más, todo aquel mundo de la infancia que en forma de nebulosa se alejaba ya por los espacios. Desde entonces, entre las seis horas (tres por la mañana y tres por la tarde) que se obligaba a sí mismo a dedicarse al piano, encontraba tiempo para buscar en el teclado. Nunca se planeó Mompou aquella labor como una tarea de composición, ni se afanó por conocer a todos los músicos que habían compuesto siguiendo la nueva línea, comprando partituras ni oyendo más música de la que oía habitualmente, ni apuntándose a lecciones de armonía. Para él, escribir música se limitaba a encontrarla. En las ondas sonoras, tal vez distantes millones de kilómetros, existían todas las armonías, todos los temas musicales, todos los tiempos y ritmos y había que buscarlos.

El valor del silencio.- Clara Janés cuenta con detalle la primera larga estancia en París, la manera como vuelve suyos los problemas y la sensibilidad de ese momento y centra su búsqueda: cuando liberado de la sociedad se aislaba y penetrando en el silencio se ponía a buscar la profunda oscuridad del yo, en aquel alma humana y limitada donde se afincaba una raíz de absoluto, de eternidad. Era el silencio, aquello que para tantos pasa inadvertido, el primer peldaño de la trascendencia. Allí donde las cosas podían romper sus fronteras, llegar más allá de sí mismo. El pensamiento solo trabaja en el silencio [cita Janés el Cuaderno de pensamientos del propio Mompou]. Y en último extremo era allí donde cabían los contrarios: ni afirmar ni negar. Dejar el camino abierto a toda posibilidad. En esta creencia se apoyaría de un modo implícito su norma de vida. Escribía por entonces: ‘calla siempre, recuerda el silencio divino, cuando comprendas que la verdad será incomprendida\’.

Más adelante precisa la biógrafa que había dos puntos de partida, uno estático, el de la unidad de los contrarios en todo lo existente, y uno dinámico, el renacer de la vida a cada instante. Y en el fondo (intuía Mompou con simplicidad lo que Hegel había expuesto en su teoría de tesis, antítesis y síntesis hacía un siglo) todo podía constituir un final y un punto de partida donde ese final fuera un final abierto. Sí, había que apoyar la máxima libertad; el silencio. Tal vez por ello en su música se daba la ausencia de modulaciones definitivas, la ausencia de resoluciones de los movimientos obligados, como rechazo de toda coacción de la clase que sea [según Nicolas Meeùs]. Era una música en todo igual a lo que él quería que fuera su vida según aquella máxima de hacía unos años, y que más adelante hallaría su título en un verso de san Juan de la Cruz, una música callada. Hasta entonces había huido de todo proceso racional, cerebral, ahora, con ese nuevo afán de pureza iba más allá, llegaría hasta los mismos orígenes de la música, neta expresión del instinto del hombre en su absoluta soledad, medio de comunicación con el misterio. Y cita el Cuaderno de pensamientos: yo siento la música del caminito de montaña. Hago esta música porque el arte ha llegado a su límite& el arte es un retorno a lo primitivo. No, no es un retorno, es recomenzar. Recomenzar con todo lo que ya sabemos.

Lo primero que publiqué.- En 1971, Mompou le contó a Clara Janés: Lo primero que publiqué fueron los Cants màgics. Es toda una historia. Encontré, en la casa Izabal de pianos, a un pianista profesor en Barcelona: Agustín Quintas, en aquel momento muy enterado de música moderna. Le expliqué mis ideas, mi estética, le hablé el máximo de expresión con un mínimo de medios. Dice: escuche, es muy difícil todo eso que me explica. Y le interesó. Dice: mire, hagamos una cosa, y se puso al piano, y aquello que sucede siempre: bueno, tenemos cinco minutos para oírlo, y empecé a tocar y los cinco minutos se convirtieron en una hora. No sólo eso. Dice: vayamos a casa Dotessio (el nombre de la Unión Musical Española). Vayamos ahora, y ya era un poco tarde. Llegamos allá cuando la puerta de hierro ya estaba echada. Y dice: no puede ser, esto no puede ser. Y venga llamar a la puerta hasta que abrieron. Y sale el gerente y dice: ¿qué quiere? y el otro mira, te presento a este compositor y le tenéis que editar las obras. Dice: ¡hombre, escucha&!. Dice: no, no, tenéis que hacerlo porque si no se va a París y lo hará allí, así que de eso nada. Y así fue. Pues venga pasado mañana o el otro y hablaremos de ello. Y me lo editaron. Cuando ya estaba en prensa, un día me encuentro a Francis Martí, director artístico de la casa, Mompou, Mompou, quería decirle una cosa: y aquello& ¿qué hemos de hacer con aquello?. (No llevaba líneas divisorias, ni nada)& Y yo le dije: bajo mi responsabilidad. Dice: perderé el empleo, yo aquí. Siga adelante. Y pasado un tiempo me vino: Mompou, mi enhorabuena. Nunca diría dónde se ha vendido más eso: en México. Digo: bueno, hombre, ya no ha perdido la colocación.

Después de los Cants màgics se editaron varias obras más. Según el propio Mompou, se trata de la música menos compuesta del mundo; se trata, según Clara Janés, de hallar un máximo de expresión con un mínimo de medios.

La consagración.- El 15 de abril de 1921 un famoso pianista, su maestro, Motte-Lacroix, tocó tres piezas de Mompou en un concierto en la sala Erard, en París. La familia en pleno se trasladó a París. Éxito rotundo, comenta la biógrafa. Un muy respetado crítico, Émile Vuillermoz, publicó en Le Figaro un artículo que comenzaba así: he aquí un músico de calidad. Uno de esos artistas raros que transforman todo lo que tocan y que sacan sortilegios y evocaciones mágicas de los elementos musicales más sencillos y más usuales. Y más adelante decía: en él no hay acordes penetrantes erizados de disonancias resplandecientes, de fruslerías armónicas de alto precio, de una materia suntuosa incrustada en notas preciosas cinceladas, piezas de colección que nuestros joyeros encierran en un trozo de piano como en un escaparate. Efectos sencillos, procedimientos elementales, pero que adquieren en seguida, no se sabe por qué, la importancia de una revelación. (&) Cuando lo ha dicho todo, en lugar de enredarse en una bella peroración, se calla pudorosamente.

Al de Vuillermoz siguieron otros artículos. Y varios pianistas (Joaquín Nin el primero) lo empezaron a tocar; el mismo Motte-Lacroix lo incluyó en el programa de su gira por Estados Unidos. Y la alta sociedad empezó a invitarlo a sus reuniones: los príncipes Bassiano de Gaetani le mandan un coche a recogerlo para una cena que Mompou comenta así en una carta a su familia: en la mesa éramos nueve: la princesa, muy elegante pero muy sencilla&, el literato Paul Valéry& El comedor lleno de arte egipcio& dos biombos del salón pintados por Bonnard. Las amistades de esta gente van desde DAnnunzio hasta Cocteau&. Para no hablar de la cena en casa de los Rothschild ¡veinticuatro a la mesa!, que nuestro músico convierte en una crónica epistolar para su familia, o las reuniones en casa de la señora Hyde o de la marquesa de Polignac. No obstante Federico Mompou por todos aquellos salones con una gran indiferencia. Iba con la satisfacción de sentirme alabado y para poder explicarlo, pero después me evadía.

Aquél no era su mundo.- Corría el año 1924 y Federico Mompou, sentado a la orilla del pasado, dejaba que se escurriera entre sus dedos como arena muy fina toda la riqueza, toda la luz cegadora de los últimos años. ¿Qué le habían aportado los salones, qué las grandes damas tocadas por magníficas joyas que sorbían delicadamente su música? ¿Qué le había aportado el comer en espléndidas mesas de caoba, con servilletas de finísimo encaje, servido por criados enguantados? ¿Qué las débiles conversaciones de sobremesa, de las que había recogido un eco aunque el interlocutor se llamara Valéry? Aquél no era su mundo y había pasado por él como una sombra, como un sonámbulo que, impertérrito bajo la tormenta, se hallara en el momento de despertar siendo de pronto víctima de la resaca, perdiendo el pie en el límite del vértigo.

Y Clara Janés, viviendo con su escritura aquellos tiempos de Federico Mompou, se pregunta: ¿qué sucedía en su interior?, ramalazos de añoranza del pasado, de la antigua amiga, y más que de ella misma, añoranza de aquel estado de pureza inicial, del estado de aventura& [y cita una carta del propio Mompou] porque sólo una cosa (entre tantas) me parece insoportable para el artista: no sentirse ya en los comienzos.

En aquel tiempo vivía entre París y Barcelona, pero en una o en otra respetaba una rutina: a las nueve desayunar, después leer el diario (¡no hay remedio!), lavarse y afeitarse, dos horas de música, almorzar, lectura, cartas, paseo, dos horas de música, cenar (ahora viene la complicación), echarse, descanso, meditaciones, a las diez en la cama, ejercicios de concentración de la imaginación, primer paso hacia el mejor dominio de la voluntad el cual se verá seguido de otros hasta llegar a los experimentos más difíciles.

Sequía.- Ya en el mes de abril de 1932 Federico Mompou, que contaba entonces treinta y nueve años, había escrito a Blancafort tres palabras escuetas y significativas: de música res (de música nada). Y esa nada con una sola excepción: los Souvenirs de lExposition, un encargo abarcaría un período de diez años. Diez años de vacío, de pausa, de silencio. Diez años a lo largo de los cuales la familia Mompou se vería afectada por importantes acontecimientos: la muerte del padre, las segundas nupcias de la madre, una grave enfermedad de José [su hermano], y el retorno definitivo de Federico a su ciudad natal. Diez años densos y determinantes para España.

Ya en Barcelona y en sequía creativa, Federico no se aislaba: del mismo modo que era feliz en la soledad de las grandes ciudades, podía decirse que amaba permanecer en su mundo interior en medio de un grupo. Era entrar en contacto con los demás sin necesidad de manifestar su intimidad.

Sigue la función.- En los diez años de vacío musical de Federico Mompou (1931 a 1941), largo berbecho para un campo fertilizado por los detritus espirituales de dos guerras [la guerra civil y la guerra mundial], una cosa había permanecido inmutable, la veta oculta que entrañaba su raíz creativa vinculada a su tierra natal, representada por sus Canciones y danzas (&). Constituyen, pues, una parte muy concreta y extraordinariamente importante de la música de Mompou, no solo en su continuidad dentro de su propia producción, sino en el contexto general de la música española (&). El mismo Federico Mompou ha considerado que su obra se puede dividir en tres grupos; en el primero entrarían aquellas piezas donde de un modo subjetivo se describe la esencia y la atmósfera del paisaje rural catalán, en contraste con la agitada vida de la ciudad: Suburbios, Escenas de niños, Fiestas lejanas; en el segundo, las que se inspiran en el oculto misterio de la naturaleza: Charmes, Cants màgics, Música callada; y en el tercero aquellas vinculadas directamente al folclore catalán, las Canciones y danzas.

Magnífica biografía: retrata al sujeto, a su época, a su ciudad y, además, se refiere con detalle y sin aires de especialista, al origen, al significado y a la composición de su obra.

Diccionadario

Las palabras no sirven para tapar los huecos que deja el silencio.

Tomado de Diccionadario (Pre-Textos):
Cuerobín: ángel desnudo.
Acamiédico: profesor miedoso.
Inveromísil: arma increíble.

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