Faros. 24 destinos
Tenemos aquí veinticuatro personajes cuyos destinos son más locos, más intensos, más ricos en peripecias y contradicciones que los de los personajes de cualquier novela. Descubridores, artistas, filósofos, rebeldes, utópicos que han dado sentido al porvenir del mundo. Cada uno intenta responder el mismo interrogante: ¿cómo es posible llegar a ser uno mismo cuando todo se une para impedirlo? Todos no son modelos: algunos por sus excesos encarnan un peligro que no supieron alejar. Y, sin embargo, nos guían, incluso a través de sus errores, hacia la otra orilla, al remanso, al refugio, al asilo, al puerto. Conocerlos nos desvía del acantilado y de los bancos de arena, del peligro invisible; son destellos en la noche de la ignorancia, de la ceguera o de la confusión, fuentes de júbilo también por cuanto dicen de la grandeza del Espíritu. Muy pronto su compañía será la más buscada: nuestro mundo necesita faros.asdfasdfConfucio, Aristóteles, Asoka, Boecio, Hildegarda de Bingen, Ibn Rushd, Maimónides, Tomás de Aquino, Giordano Bruno, Caravaggio, Thomas Hobbes, Madame de Staël, Simón Bolívar, Charles Darwin, Abd el-Kader, Walt Whitman, Shrimad Rajchandra, el emperador Meiji, Walther Rathenau, Thomas Alva Edison, Marina Tsvietáieva, Richard Strauss, Hô Chi Minh, Amadou Hampâté Bâ.
Paisanos
Mientras el aporte de los irlandeses al desarrollo de la América anglosajona ha sido bien documentado, se conoce menos el papel que hombres y mujeres irlandeses tuvieron en la historia moderna de la América española. Es propósito de este libro corregir ese desequilibrio y recordar a los soldados y marineros, empresarios y comerciantes, diplomáticos y políticos, sacerdotes y misioneros irlandeses que, al igual que sus primos del norte en la creación de Estados Unidos, contribuyeron de manera extraordinaria en la forja de la moderna América Latina.
Habitar
Nuestro mundo está deteriorado. Por todas partes se oyen los desastres ecológicos y económicos, es decir, humanos: los trastornos climáticos, la aterradora disminución de la biodiversidad vegetal y animal, las múltiples formas de contaminación y la degradación de lo que todavía nos atrevemos a llamar “elementos naturales”. Pero también, y sobre todo, el aumento alarmante de las desigualdades sociales y urbanas, y la ligereza, e incluso el cinismo consciente de algunos dirigentes de grandes Estados: estamos sumidos en la intranquilidad. ¿Es posible todavía habitar este mundo? ¿Pero dónde? ¿Cómo? Necesitamos nuevos mundos, pues los marcos tradicionales de nuestras existencias se alejan brutalmente.
Hoy es necesario redescubrir el significado del verbo habitar. Para ello, debemos describir con atención los gestos, las decisiones, los hábitos, los lugares, los momentos y los recuerdos por los cuales sentimos que habitamos el mundo y que el mundo es nuestro. Estamos en la obligación de reencontrar, o de defender, ese sentido del mundo que coincide con el sentido del habitar. Se trata de reconocer la nobleza de los lugares que habitamos tal y como los habitamos. Por eso es necesario acercarse a ellos para establecer, como decía Jean Giono, una “frecuentación amistosa”. No podemos habitar sin la amistad de los lugares, sin esa simpatía o amabilidad que nos permite estar en ellos, pero también resonar con ellos.