julio-2016, primera quincena

Apuntes, d.j.a.

La niña de oro puro de Margaret Drabble (Sexto Piso).-

Inglaterra es la isla que más novelistas mujeres por metro cuadrado ha producido. Sólo en el siglo XIX salieron de allá señoras como Jane Austen, Emily Brontë, George Eliot, y no son todas. De allá era doña Virginia Woolf. Hoy en día son tantas y tan buenas que las editoriales en español no alcanzan a registrarlas a todas. La señora Margaret Drabble (1939), por ejemplo, con un doctorado honorario en Cambridge, con diecisiete novelas publicadas, sólo hasta ahora los agudos editores de Sexto Piso se fijaron en ella y le encargaron al magnífico Antonio Rivero Taravillo su traducción. La historia central la protagonizan una mujer Jess y su hija Anna retardada mental. Retardada o como quiera llamársela: buena parte del texto examina los cambios de vocabulario, de actitud, de corrección moral que nos han tocado en los últimos cincuenta años. Por ejemplo en aquella época estaba permitido usar la palabra primitivo a los antropólogos como la simpar Jess, que asumió su madresolterismo y eso le cambió la vida por completo.

La nina de oro puro

La voz narradora es la de una amiga cercana y vecina de Jess: nuestros hijos cambiaban hasta el punto de ser apenas reconocibles, mientras salían de la adolescencia y se embarcaban en años sabáticos, licenciaturas, ambiciones, carreras profesionales y decepciones, mientras descubrían si eran gays o heterosexuales y tenían trágicas historias de amor, y, finalmente, algunos de ellos, bebés. No fue así para Jess y Anna, para quienes el concepto de progresión estaba perpetuamente en suspenso& Anna& no evolucionó lo más mínimo. Se quedó inmóvil. No se podía hacer un relato de su vida, no había trama. La idea de evolución no era aplicable a Anna. Drabble es agudísima en mostrar los conflictos verbales, que no son pacata minuta: quizás debiéramos preguntarle por la palabra idiota. Necesidades especiales y dificultades de aprendizaje son buenas expresiones, expresiones útiles, expresiones a las que se les ha concedido dignidad, pero Jess cree que debe de haber algo aún mejor que rescatar el aire que nos envuelve en el siglo XXI, algo que se ajuste todavía más a Anna. Anna, la niña de oro puro.

Drabble recuerda que Arthur Miller no fue un buen padre para todos sus hijos y que ocultó la existencia de uno de ellos. Pearl Buck amó con entrega total a su hija de oro puro. Cuenta también que Jane Austen tenía un hermano que nunca creció y se refiere con amor al personaje retardado de Las aventuras de Augie March de Saul Bellow. La niña de oro puro es una hermosa historia de amor entre una madre y una hija. Vale la pena.

El metal y la escoria (Tusquets), de Gonzalo Celorio.-

En septiembre de 1874, Emeterio Celorio Santoveña, un campesino asturiano de diecinueve años, emprendió un viaje sin regreso a hacer la América. Venía de Vibaño, un caserío tan aislado, que cuando su nieto lo visitó ciento cuatro años después, una parienta suya le contó señalando un espejo oval, que ese es el único espejo que hay en Vibaño, y que con frecuencia los hombres del lugar le piden autorización para afeitarse frente a él. (&) Me pongo frente al misterioso y fascinante óvalo y me miro, mientras mi mente trata de recuperar la efigie de mi abuelo que alguna vez ahí se vio reflejada y que el espejo, por tanto, debe guardar en su memoria, pero que, celoso, mezquino, soberbio, no me permite contemplarla. ¿Y si ocurriera el milagro de que fuera su imagen la que mi rostro reprodujera? ¿No es eso justamente lo que vine a hacer a Vibaño? Pero el milagro no ocurre. ¿No ocurre?. Ese nieto es Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948), que termina dejando abierta la posibilidad del milagro: esta novela es ese regreso de un abuelo que llega a México y allí funda una familia.

Celorio

La llegada de Emeterio es el inicio de El metal y la escoria, una novela (¿?), memoria (¿?), autobiografía (¿?), o todo al tiempo, de la familia que funda en México este campesino asturiano. La prosa narrativa de Celorio tiene el don de la fluidez. Parece que así le brotara pero no, Celorio vigila cada palabra, cierne cada frase por un cedazo tan fino, que lo que resulta es ese cuento líquido, que fluye con facilidad, con precisión, en beneficio del lector y de la buena prosa.

Entre las posibilidades del género de este texto enuncio que puede ser una memoria. La gran paradoja es que la capacidad de la memoria es infinitamente menor que la totalidad de los hechos y de versiones de cada hecho que comprenden la memoria. Y la desproporción es tan grande, que al fin lo que resulta ser la memoria es una digna pero limitada suma de olvidos. Al final del libro aparece el fantasma del olvido tal y como lo vive un hombre que teme perder la memoria: Hago listas. Muchas listas. Listas con las que pretendo preservar mi vida del olvido, exorcizar la desmemoria, ejercitar esa especie de erotismo de las neuronas que quieren tocarse y poseerse: las listas de los compañeros que tuve en la primaria, de los profesores que me dieron clase, de los trabajos que he desempeñado, de los países que he visitado, de los amigos que se me han muerto, de las listas que he hecho, como esta& (&) Pero no sólo hago las listas que intentan preservar la memoria, sino las que delatan mi creciente desmemoria y a las que me aferro para poder seguir viviendo: la lista de las palabras que se me olvidan, la lista de medicinas que tengo que tomar, la lista de los objetos que debo llevar conmigo al salir de casa. Una magnífica novela.

Diccionadario

No hay que confiar demasiado en las palabras porque ellas son parte de nuestra propia imperfección. (Eugenio Montejo).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Cabeja: abeja muy cabezona.
Guasamaya: loro con sentido del humor.
Castodonte: animal extinguido por su apatía sexual.
Biguana: iguana doble.
Cáspid: venenosa serpiente que, a pesar de no tener pelo, tiene caspa.

 

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