Abril-2018, segunda quincena

Apuntes, d.j.a.

Era más grande el muerto (Seix Barral)de Luis Miguel Rivas.-

Comienzo por el principio: el envigadeño, nacido en Cartago, Luis Miguel Rivas (1969) tiene el don del escritor de narraciones. Su prosa está bendecida por una gracia especial, por un poder de encantamiento con el que embarca al lector y lo lleva a la última página aunque el lector desee que dure más, aunque el lector quiera seguir ahí montado. Ya lo mostró con sus crónicas en Tareas no hechas (Eafit) y con sus narraciones cortas en ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? (Seix Barral), reseñadas en Gozar Leyendo #12 (espiche aquí) y #27 (espiche aquí). Ahora Rivas le pone la cereza al postre en este caso sería más preciso decir el postre a la cereza con Era más grande el muerto, su excelente primera novela.

En Era más grande el muerto uno comienza por saber cómo era (¿es?) la vida de los jóvenes de las familias más pobres en una sociedad dominada por la delincuencia, una hamponería versátil que domina el entorno con la intimidación y la violencia. Violencia que, por demás, ejercen muchos de esos muchachos que encuentran oportunidades de trabajo como brazo armado de estas bandas.

Cocaína, vicio, robo, secuestro, contrabando, extorsión: oficios de una sociedad de forajidos jerarquizada, donde los capos ejercen de dioses, disponen de las vidas, dictan los arquetipos de comportamiento y se convierten en los ejemplos a seguir.

Los capos se apoderan de las muchachas bonitas y de unos chicos dominados por la alienación de las marcas de la moda (se le ve que no se ha podido conseguir una pinta y que está cansado de ver a los otros y que nunca lo vean a usted). Entonces los objetos de culto son las chaquetas dísel, calvinkléin, guchi, versache (&) y levis, babú, sergiovalente, jordache, hugovós y camisetas polo, lacós, adidas, oceanpacífic (&), zapatos zodiac y mocasines luisbutón y tenis adidas y ribuk y naik y puma y layir. Ser es igual a parecer porque nadie es si no lleva encima la ropa cara con etiqueta de marca. Todo esto explica que la primera aventura de esta novela sea Manuel, nuestro narrador en primera persona, comprando la ropa de un chico cuyo cadáver está en el depósito del cementerio; el cuidandero del lugar obtiene una renta extra vendiendo prendas de marca (a veces agujereadas por las balas) a chicos como el que está contando el cuento.

La ciudad donde todo ocurre se llama Villalinda pero se podría llamar Envigado y todo ocurre con una guerra de bandas en el fondo. Efrem Jaramillo contra Bertulfo Moncada. Jaramillo y Moncada era amigos desde niños y el boom de la cocaína comenzó cuando ellos eran veinteañeros. Esa fortuna fácil transformó las costumbres, la gente y la geografía de Villalinda: muchas personas del pueblo empezaron a trabajar con alguno de los duros porque cada vez se necesitaba más gente. Con la nueva plata fue cambiando la presencia de los barrios. No era sino recorrer una cuadra para uno saber quiénes estaban en el merengue y quiénes no, por la forma como iban arreglando las casas. Los vecinos de toda la vida de un momento a otro tumbaban el frente y hacían un garaje para meter tres carros recién comprados, una casa de ladrillos sin revocar amanecía con fachada de piedra bogotana y barandas de palacio, un rancho de bahareque se volvía un edificio de cuatro pisos con estatuas de piedra lisa en la entrada. Uno podía ir por la calle y decir, Los de aquella casa de ventanales polarizados y balcones de mármol coronaron, Aquellos vecinos que tienen un solo garaje y echaron plancha apenas están comenzando, A los de esa casa que se quedó con el cuarto piso a la mitad y el hueco de la piscina sin terminar se les cayó el viaje, Estos los del antejardín con enanos de colores y el jacuzzi en el balcón están trabajando con los más duros, El de la esquina que mantiene el mismo vividero de toda la vida no está en la pomada. Y así.

Don Efrem y don Bertulfo comenzaron trabajando para un capo. Después fueron capos ellos mismos, tuvieron un disgusto y el disgusto se convirtió en una guerra en la que abundan los cadáveres, las bombas, los atentados, las traiciones. En medio de la guerra, don Efrem se enamora de Lorena Botero, una chica hermosa y de buena familia que apenas medio le para bolas. Uno de los actos de conquista merece transcribirse sin ningún comentario: don Efrem mandó a comprar una tonelada de rosas, puso a diez trabajadores a despetalarlas y mandó a instalar una grúa de las de construir edificios al lado de la casa de Lorena y una tarde de esa semana cuando ella volvía de clase de yoga se quedó paralizada en plena calle bajo un aguacero de pétalos rojos que empezó a caer de sopetón, acariciándole el pelo, envolviéndole el cuerpo y formando una alfombra blandita y encendida en el suelo de la calle gris. Se asustó y esperó a que pasara, pero la cascada aumentó en cortinas cada vez más tupidas que le nublaban la vista y la ahogaban en perfume de flores. Empezó a caminar rápido hasta la puerta de su casa y la lluvia la siguió como una nube propia desenrollando la alfombra roja a su paso. Entonces pensó que algo tan raro y liviano no podía venir de algo pesado, cerró los ojos, respiró hondo y se entregó al aguacero con los brazos abiertos hasta que los músculos le empezaron a doler y miró hacia arriba y vio la grúa de donde chilinguiaba el container donde cuatro tipos empujaban paladas y paladas de rosas despetaladas. En ese momento apareció don Efrem con cara de yonofuí&.

Por supuesto, no voy a contar el final de Era más grande el muerto. Y ya me extiendo demasiado sin tocar algunos otros aspectos destacables de esta estupenda novela. Pero no me puedo ir sin relievar que, como corresponde a historias tan llenas de muertes violentas y de asesinos despiadados, la inmediatez con la muerte provocada necesariamente nos lleva al otro mundo, lo que significa que ésta es, también, una novela donde habitan los fantasmas. Muy al principio, por ejemplo, aparece el negro Chumbimbo que después de matado siguió rondando por el barrio, apareciéndoseles a los que le caían mal y a los que le habían quedado debiendo plata y también a los que lo habían matado. Y al final otro fantasma, no diré de quién, un fantasma muy querido es el que le salva la vida a Manuel, el chico que habla en primera persona durante toda la novela.

No se la pierda.

Diccionadario

«Las palabras exorcizan los demonios interiores, convocan fuerzas ocultas, obran de una manera no racional cambiando el ánimo y la naturaleza. Las palabras nombran el mito y lo convocan. En ese sentido, la palabra es anterior a toda religión y también elemento formal de toda religión.»

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Melcolcha: cobija pegotuda.
Velámpago: rayo tan prolongado que sirve como vela.
Mangrejo: hombre con pinzas.
Abrijería: lo contrario de cerrajería.
Almeja: alma pequeña.

 

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