Agosto-2018, primera quincena

Apuntes, d.j.a.

Evasión y otros ensayos (Literatura Random House)de César Aira.-

Aira es Aira y no hay nadie que tenga su aire. Y, con este libro, se me ocurre que el ensayo es un terreno fertilísimo para su particular forma de ser, es decir, de escribir. Hace años, los airáfilos éramos una especie rara. Y más raro lo que decíamos, a saber, que es el mejor prosista de ficción en esta lengua que llegó hasta Pringles. A él no parecía afectarlo esa omisión que ahora comienza a convertirse en renombre. Moraleja: lo que mañana ocupará el centro absoluto de la escena es lo marginal cuando obtiene reconocimiento. Y él impasible.

Aquí hay cinco ensayos. Dos (uno sobre Dalí y otro sobre Raymond Roussel) que pasan a integrar una serie sobre los iconos del santoral aireano. El primero, y más extenso, titulado Evasión, resulta ser un botafuegos contra el generalizado uso de los narradores de referirse a sí mismos como tema central de sus narraciones, cuestión que ahora es peste. Antes, hubo una vez una novela de hacer soñar y creer, volumétrica, autosuficiente, iluminada por dentro, una novela que promovía algo que podía llamarse de evasión. (&) Un efecto conexo era que el lector se desprendía del tiempo, de lo que nació la calumnia de que la novela servía para matar el tiempo, o distraerse, o pasar el rato. (&) Los lectores todavía tenían la suficiente confianza en su lugar en la sociedad que podían permitirse el goce estético de distanciarse de sí mismos, porque sí, para verse desde lejos por un momento, para que la subjetividad no fuera la masa gelatinosa de contigüidades pegoteadas que llegó a ser. Además, no cualquiera podía escribirla: crear y sostener el andamiaje de la distancia exigía un largo aprendizaje y una técnica refinada, una orfebrería de precisión&.

Aira comienza poniendo un ejemplo de lectura como ocupación infantil de los adultos: La flecha negra de Roberto Luis Stevenson. En esta literatura de evasión para realizarse y consumarse en su definición más exigente y su mayor eficacia, la lectura de una novela debe ser algo más, o menos, que la lectura. Debe pasar el ejercicio de la lectura a otro plano, secundario, automatizado, para que tome cuerpo, así sea cuerpo espectral, el sueño que representa la novela. Hubo un tiempo, sí, en que se escribían novelas de este tipo. Pero ahora, dice Aira, qué no daríamos por recuperar la vieja evasión, a la vista de la novela actual, o lo que de la novela actual tengo más a la vista. Los novelistas, y esto se acentúa cuanto más jóvenes son, o sea a medida que pasa el tiempo, encuentran cada vez menos motivos para promover un escape, infatuados como están con sus propias vidas, contentos y satisfechos con sus destinos y su lugar en el mundo. Al perder el motivo para evadirse, se les hace innecesario el espacio por donde hacerlo, y sólo les queda el tiempo, la más deprimente de las categorías mentales. Y concluye más adelante: el resultado es una novela que, ante el riesgo de terminar de vaciarse, debe quedar pegada a su creador, y justifica esa pregunta que ha empezado a oírse con frecuencia creciente: ¿y esto a mí qué me importa? ¿Por qué estoy leyendo el registro de las actividades y opiniones de un desconocido al que nunca le pasó nada? ¿Por cortesía? ¿No estaré perdiendo el tiempo?. Leyendo este ensayo se me ocurrió un nombre para esta narrativa: literatura selfie.

El ensayo siguiente, titulado Un discurso breve, se acerca al tema del primero. Citando un párrafo que debería ponerse como aviso luminoso, creo resumir su espíritu: en un mundo donde todo debe cumplir una función, la literatura, consciente de su inutilidad, sabe que su único chance de persistir es producir placer y admiración.

El libro se cierra con un texto, El ensayo y su tema, donde Aira plantea que mi hipótesis es que el tema del ensayo son dos temas. Se diría que un solo tema no es un buen tema para un ensayo. Si es sólo un tema, no vale la pena escribirlo porque ya lo escribió alguien antes y podemos apostar a que lo hizo mejor de lo que podríamos hacerlo nosotros. Este problema tuvo que enfrentarlo aun el autor del primer ensayo del mundo. (&) El ensayo es la pieza literaria que se escribe antes de escribirla, cuando se encuentra el tema. Y ese encuentro se da en el seno de una combinatoria: no es el encuentro de un autor con un tema sino el de dos temas entre sí. Aira es Aira. Puro Aira.

Historia general de los piratas (Valdemar)de Daniel Defoe.-

El autor de Robinson Crusoe, Daniel Defoe (1660-1731) publicó en 1724 el primer tomo de su Historia general de los piratas y el segundo cuatro años después, en 1728, con el seudónimo de Charles Johnson. En Defoe era un hábito eso de firmar sus escritos con otro nombre; pero aquí, creo, también lo hacía por temor. La coyuntura histórica era propicia para que algún expirata se disgustara con el autor de esta historia. Y había bastantes, pues en 1717 el rey Jorge I dictó una ley que daba amnistía a todos los piratas capitanes y tripulaciones que renunciaran a esa industria, de modo que había muchos tipos por ahí disimulando sus pasadas fechorías, sin contar los que reincidieron.

Nunca antes, hasta la presente edición de Valdemar, se había publicado una traducción completa de los volúmenes de Defoe, si bien la versión de Francisco Torres Oliver viene reunida en un solo volumen de 928 deliciosas páginas. El prologuista de esta edición, Alfredo Lara Gómez, advierte que los materiales de 1724 tienen mucha precisión histórica mientras que los de 1728, en concreto los hechos referidos a los asentamientos piratas en Madagascar, aunque sustancialmente ciertos, están literariamente modificados. Aun así, el mismo prologuista subraya que la historia de Defoe sigue siendo fuente de consulta para historiadores.

Los piratas eran buenos marinos y tenían antecedentes navegando legalmente antes de dedicarse a la piratería. Con alguna notable excepción eran malos sin disimulo; al respecto, vale la pena interrumpir la reseña para dedicar un párrafo entero a una historia del capitán Teach, conocido como Barbanegra, que intercala Defoe en su biografía:

Una noche Barbanegra estaba bebiendo en su cámara con Hands, el piloto y otro hombre cuando, sin mediarse provocación ninguna, sacó secretamente un par de pistolas, y las amartilló debajo de la mesa; el hombre, al darse cuenta, subió y dejó solos a Hands, el piloto y el capitán. Éste, una vez preparadas las pistolas, apagó la vela, y cruzando las manos, las descargó sobre sus compañeros. Hands, el maestro, recibió el tiro en la rodilla, del que quedó cojo para siempre; la otra pistola no hizo blanco. Al preguntarle el porqué de esto, Barbanegra se limitó a contestar, maldiciéndolos, que si no mataba de cuando en cuando a alguno acabarían olvidando quién era él.

Lo de Barbanegra no es nada comparado con las crueldades del capitán Edward Low. Un día apresó un pesquero frente a Block Island, aunque no le infligió tanta crueldad, contentándose sólo con cortarle la cabeza al patrón. Pero después apresó dos balleneros cerca de Rhode Island, y mandó tajar a uno de los patrones y sacarle las tripas, y al otro cortarle las orejas y hacérselas comer con sal y pimienta; requerimiento que tuvo que cumplir sin chistar.

Ese arquetipo de pirata, malo por dentro y por fuera, tuvo un modelo antagónico, el capitán Mission, una especie de Robin Hood de los mares que usaba bandera blanca en vez de la usual bandera negra de los piratas. Ni era cruel, como los otros hampones dedicados a la piratería. Fundaron una colonia en las costas de Madagascar, una especie de utopía pero, eso sí, no estaban dispuestos a someterse a ningún poder, a ningún rey: es ridículo pensar hacernos súbditos de unos granujas peores que nosotros.

No puede olvidarse que Defoe era autor de una Historia del diablo, es decir era experto en la materia, de modo que no se le pasa por alto lo que le contó alguien que había sido preso en un barco de piratas: dicen que una vez, en un viaje, descubrieron que iba a bordo un hombre de más en la tripulación; lo vieron entre ellos varios días, unas veces abajo, y otras en cubierta, aunque nadie en el barco sabía quién era, ni de dónde había salido. Y poco antes de que el barco grande naufragara, desapareció. Por lo visto estaban convencidos de que era el diablo.

Podría seguir contándoles de los piratas con cuentos imperdibles sacados de este formidable libro de Defoe, incluso referirme a las piratas mujeres, dos, tan especiales, que vuelven angelitos a los piratos varones. Palabra femenina, mejor dejarla así.

Diccionadario

¡Concede a tus palabras la libertad de expresión!. (Stanislaw Jerzy Lec).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Azulada: hada color celeste.
Batidura: es la misma batidora, pero más sólida.
Mapabra: palabra para orientarse.
Talabra: palabra devastadora.
Repugnante: que pelea dos veces.

 

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«Querida Catalina: trasmitile por favor a Darío mi agradecimiento. ¡Una preciosura lo que dice! ¡Fuerte abrazo!». María Teresa Andruetto. 

 

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