Septiembre-2018, primera quincena

Apuntes, d.j.a.

Lo real y su doble (Hueders)de Clément Rosset.-

No soy lector habitual de filosofía. Y cuando me intereso en los textos de los filósofos, no busco en ellos ampliar mi formación filosófica, digo, mi deformación filosófica. Lector despistado, llego a ellos como lector de buena literatura. Adivinarán, entonces, que no puedo con tipos como Hegel o Heidegger, como Tomás de Aquino o Carlos Marx. Pero he disfrutado como verdaderas exquisiteces con tipos como Schopenhauer, Nietzsche, Diderot y Agustín de Hipona. Últimamente, con las libertades que se dan algunos filósofos atrevidos, puedo leer como literatura a Critchley, a Günther Anders (su excepcional La obsolescencia del hombre). Todo esto lo digo casi como advertencia, acerca de la manera como leí un libro tan bello como Lo real y su doble del filósofo francés Clément Rosset, nacido en 1939 y que murió hace pocos meses, en marzo de este 2018. En la edición de la chilena Hueders trabajó Santiago Espinosa como traductor y como autor de unas muy esclarecedoras notas.

La primera frase del libro enuncia la idea que desarrollará: nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real. Poco después enfatiza: lo real no es admitido más que bajo ciertas condiciones y sólo hasta cierto punto: si abusa y se muestra desagradable, se suspende la tolerancia. Después de un breve examen de dos formas de negación absoluta de la realidad el suicidio y la locura, dice Rosset que la actividad más común frente a la realidad desagradable es bastante diferente. Si lo real me molesta y deseo liberarme de él, lo haré de una manera por lo general más flexible (&), que no dice ni sí ni no a la cosa percibida, o más bien que le dice sí a la vez que no. Sí a la cosa percibida, no a las consecuencias que normalmente deberían deducirse (&) No me rehúso a ver, y no niego en absoluto lo real que se me muestra (&) He visto, he admitido, pero que más no se me pida. Por lo demás, mantengo mi punto de vista, persisto en mi comportamiento como si no hubiera visto nada.

Rosset ilustra el asunto con ejemplos traídos de la literatura: en El misántropo de Molière, Alceste se da perfecta cuenta de que Célimène es una coqueta, pero su propia conducta es como si ella no fuera coqueta. Es un iluso. Un tipo que, de manera contradictoria e incoherente, asume una ilusión como verdad: puede decirse que la percepción del iluso está como escindida en dos: el aspecto teórico (que designa justamente lo que se ve&) se emancipa artificialmente del aspecto práctico (lo que se hace). Para Rosset, el iluso ve doble, pues por un lado ve lo real pero por el otro, en lo que se refiere a su propia conducta, orienta la mirada hacia otra parte que omite lo que le dicta lo real.

Ah, y éste no es un comportamiento excepcional. Trasladada esa esquizofrenia al plano social, todos percibimos, por ejemplo, que el uso que hoy por hoy les damos a los recursos de la naturaleza daña a la misma naturaleza y nos daña a nosotros. Dos realidades: una, la percibida el deterioro del mundo circundante y otra, la ilusión que nos hacemos de que nuestra propia conducta no hace el daño que está haciendo. Otro ejemplo: cuando el votante sabe que un político es pícaro, paramilitar y mentiroso y, sabiéndolo, vota por él. Éste es un desarrollo mío, como lector, no de Rosset, no lo culpen.

Otro terreno donde se nota esa doblez, al que Rosset le dedica todo un capítulo, es La ilusión oracular. A es anunciado, A se produce y uno no entiende. Al menos no del todo. Entre el evento anunciado y el evento cumplido existe una forma de sutil diferencia que basta para desamparar a quien, sin embargo, esperaba que sucediera precisamente lo que le ocurre. Lo reconoce, pero ya no se reconoce en ello. No obstante, lo único que ocurre es el evento anunciado. Pero éste, inexplicablemente, es otro. Rosset pone cuatro ejemplos a cual más apabullante. Transcribo dos que son de lectura imperdible.

El primero es la fábula 295 de Esopo: un anciano temeroso tenía un hijo único de gran coraje y apasionado por la caza. Lo vio en sueños perecer bajo las garras de un león. Temiendo que el sueño fuera verdadero y que se realizara, hizo construir un apartamento elevado y magnífico y encerró allí a su hijo. Para distraerlo, había hecho pintar animales de toda especie, entre los cuales también había un león. Sin embargo, la vista de todas esas pinturas no hacía más que aumentar el tedio del joven. Un día, al acercarse al león, exclama: maldito animal, es por tu culpa y por el sueño embustero de mi padre por lo que me han encerrado en esta cárcel para mujeres. ¿Qué te haré?. Dicho esto, asestó un manotazo a la pared para reventar el ojo del león. Pero una astilla se clavó bajo su uña y le causó un dolor agudo y una inflamación que se convirtió en tumor. La fiebre comenzó a subir y pronto lo hizo pasar de la vida a la muerte. El león, que sólo era un león de pintura, igual mató al jovenzuelo, al cual de nada sirvió el artificio de su padre.

El otro es un cuento árabe bastante conocido. Se trata de que un día el visir de Bagdad llega adonde su califa. Está aterrado. Le dice que, en medio de la multitud, se encontró con la muerte: Al verme me dirigió un gesto. (&) Puesto que la muerte me busca aquí, señor, permíteme huir y esconderme lejos de aquí, en Samarcanda. Y se fue al galope a esconderse de la muerte. Luego el califa salió a la calle y también él se encontró con la muerte: ¿para qué asustas a mi visir, que es joven y saludable?, le preguntó. Y la muerte respondió: no quise asustarlo, pero viéndolo en Bagdad, hice un gesto de sorpresa, puesto que lo espero esta noche en Samarcanda.

Los otros dos ejemplos son la historia de Edipo según Sófocles y la historia del rey Basilio de Polonia y su hijo Segismundo. En estas cuatro escenas la predicción se cumple por medio del gesto mismo que se esfuerza por conjurarla. En todos los casos el hecho trágico se anuncia, el destinatario del anuncio se siente capaz de conjurar esa profecía, pero de todas maneras el destino responderá empleando un ardid que burlará el esfuerzo de precaución e incluso se divertirá en ello reside su ironía al hacer de la precaución el instrumento mismo de su realización. (&) Quien se esfuerza por impedir el evento temido se vuelve el artesano de su propia perdición. Lo paradójico es que la profecía aparece como lo real y la realización del evento (de modo que es el acto de tratar de evitar la tragedia lo que la produce) aparece como el doble de esa realidad: los eventos reales parecen como una vasta caricatura de la realidad.

Y aquí un giro, brillante giro, en la exposición de Rosset, porque dice que de esa misma manera opera la metafísica: para los metafísicos el sentido de lo real no puede encontrarse aquí sino en otra parte. La dialéctica metafísica es fundamentalmente una dialéctica del aquí y del otro lugar, de un aquí del que se duda o que se rechaza y de otro lugar en donde se cuenta con la salvación. Nuestro mundo no está aquí, decía Wagner. Luego repito lo mismo desde otro ángulo esclarecedor: la duplicación de lo real que constituye la estructura oracular de todo evento, constituye igualmente la estructura fundamental del discurso metafísico, desde Platón hasta nuestros días. Según dicha estructura metafísica, lo real inmediato sólo es admitido y comprendido por cuanto puede ser considerado como la expresión de otro real, el único que puede conferirle su sentido a la realidad.

[Desde esta frase de Rosset puedo construir una explicación materialista de los fantasmas: lo real es el golpe del viento sobre una puerta a media noche, más una tempestad donde se repiten con frecuencia los rayos y los truenos, más el chirrido de la madera en el piso porque la temperatura baja tanto que encoge los listones. La construcción metafísica (nunca la palabra fue tan más allá de lo físico como aquí), lo que forma una unidad de sentido, resulta ser la presencia de un fantasma que aúlla en forma de trueno, y pisa hasta hacer gemir el piso y da portazos. Dicho con palabras de Rosset: el pensamiento metafísico se funda en un rechazo, como instintivo, de lo inmediato, del cual se sospecha que es de alguna manera lo otro de sí mismo, o el remedo de otra realidad].

Finalmente, Rosset dedica un capítulo a la ilusión psicológica, es decir, al hombre y su doble. Evoca a Platón en el Crátilo: no puede haber dos Crátilos (&). Lo que caracteriza a Crátilo como a cualquier otra cosa en el mundo, es luego su singularidad, su unicidad. Esta estructura fundamental de lo real, la unicidad, designa su valor a la vez que su finitud: cualquier cosa posee el privilegio de no ser más que una, lo que la valoriza infinitamente y el inconveniente de ser irremplazable, lo que la desvaloriza infinitamente. Rosset sitúa históricamente la aparición del doble y halla raíces en la antigüedad por ejemplo, los sosías en el teatro griego y su plenitud en la literatura del doble del siglo XIX (Hoffmann, Chamisso, Poe, Maupassant). Precisa que el doble siempre es concebido intuitivamente como si gozara de una mejor realidad que el sujeto mismo y en ese sentido puede aparecer como una especie de instancia inmortal (&). En la pareja maléfica que une al yo con otro fantasmático, lo real no está del lado del yo, sino del lado del fantasma: no es el otro el que me dobla, soy yo quien es el doble del otro. Para él lo real, para mí la sombra.

 

Diccionadario

«Mientras que San Juan reconoce que la creación es posterior a la palabra, que el Verbo es Dios, el hinduista cree que la salmodia permanente del mantra hará más liviano el espíritu».

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Cuatrorce: forma correcta de decir catorce.
Pistalado: parqueado en la pista.
Estratagemas: es comerciante de esmeraldas.
Remuerdimiento: morder dos veces.
Canario: perro alemán, como el pastor.

 

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