Septiembre-2019, primera quincena

Apuntes, d.j.a.

Recuerdo de Lampedusa (Pre-Textos), de Francesco Orlando.- 

El gatopardo es una de las grandes novelas del siglo XX, no sólo de la literatura italiana sino de todas las literaturas. Su autor, Giuseppe Tomasi de Lampedusa (Palermo, 1896-Roma, 1957) era un noble italiano que escribió solamente esa novela, publicada poco después de su muerte.

En 1953, cuando tenía 19 años, Francesco Orlando conoció a Lampedusa, un señor que podría ser su abuelo. Para Orlando, la asociación entre nobleza local y frivolidad casi analfabeta poseía una espontaneidad intacta y casi categórica, de modo que para él fue una sorpresa encontrar a alguien que contradecía esa convicción: su mismo aspecto físico revelaba, al primer golpe de vista, una fortísima personalidad. Era uno de esos hombres que no tardan en atraer involuntariamente la atención sobre sí, incluso en una habitación en la que hubiera veinte personas. Y no dependía esto tanto de su notable estatura y corpulencia como del carácter imponente de su cabeza, de lo abierto de su hermoso rostro y de sus ojos oscuros que, si siempre tímidamente huidizos en el acto de tender la mano, en cualquier otro momento, dominaban el ambiente y los interlocutores. (&) ¿En qué medida el trato, el lenguaje, la amabilidad: el sentido del humor de Lampedusa eran distintos y me parecían superiores a cualquier otro ejemplo anteriormente experimentado? Resultaría demasiado general limitarse a responder, por lo que a sus modos se refiere, que se trataba de un gran señor crecido en un mundo todavía del siglo XIX y, parcialmente, en el extranjero; aunque, desde luego, incluso en este aspecto le separara un abismo de la media de los nobles palermitanos, explicable a partir de su educación no provinciana y de sus viajes. En el modo claro y concreto de conversar, en la lucidez simplificadora, en el arte de adular deliciosamente cuando quería, o de molestar en manera igualmente experta, en su actitud para divertir a los interlocutores, en su facilidad para resolver las pequeñas situaciones embarazosas que vetean toda relación humana no confidencial, se mezclaban en diferente medida la finura de su educación, aportaciones de la cultura inglesa y francesa, desencanto senil, pesimismo aristocrático y formación positivista.

Al hacer el recuento, Orlando admite que aprendí de Lampedusa, además de muchas nociones de detalle, su sentido incomparablemente eufórico, casi tonificante, diría yo, de la literatura. La literatura era para él una fuente incesante de curiosidad, alegría y diversión. (&) Su idolatría por los mejores de todas las literaturas se manifestaba en las formas más variadas: desde la extasiada hilaridad, que no era la menos frecuente, a ese excepcional llorar de belleza, como se llora de dolor o de alegría, que me dijo alguna vez haber experimentado.

Cuenta Orlando que el nacimiento de El gatopardo me llegó por sorpresa. (&). Un día, cuando llegué a Vía Butera pensando en que iba a traducir o a charlar, como de costumbre, me entregó, con una impenetrable sonrisa, un grueso cuaderno ya lleno pero sin título, con el ruego de leerlo en voz alta. Se trataba del primer capítulo de la novela. (&) Debíamos estar en uno de los primeros meses de 1956. Durante un año o más, hasta aproximadamente marzo de 1957, pude ver cómo, poco a poco, en grandes cuadernos como aquel primero, se fueron añadiendo el resto de los capítulos. Lampedusa decía siempre que se trataba de la primera redacción. He de confesar que no lograba reprimir alguna duda, dado la cantidad relativamente escasa de correcciones, tachaduras o superposición de líneas. Si el autor decía la verdad hay que concluir que la novela surgió de un auténtico y verdadero estado de gracia literario. Yo mismo fui quien leyó en voz alta, en su casa, el segundo capítulo. (&) Debería haber llegado ya al tercero o al cuarto cuando comprendí que le habría gustado que me ofreciera para pasar a máquina lo que iba escribiendo. Era especialmente rápido, sobre todo si alguien me dictaba. Al aceptar la oferta Lampedusa propuso cortésmente venir a dictarme él mismo, lo que suponía un desplazamiento diario de su parte, porque en su casa no tenía una buena máquina de escribir. Así que desde el final de la primavera de 1956 en adelante vino no sé exactamente cuántas veces, a un cuartito que formaba parte del despacho de abogado de mi padre, durante los días pares en que ese estudio estaba cerrado. (&) Él, desde una butaca que yo le colocaba junto a la máquina de escribir, con una camisa color tabaco o gris ceniza de manga corta, dictaba con voz clara, fumaba y sudaba, interrumpiéndose con frecuencia también para aliviar educadamente la mecanicidad de nuestra tarea. 

Lampdusa murió el 23 de julio de 1957. No alcanzó a ver impresa su novela. En 1962, Francesco Orlando redactó este magnífico y revelador Recuerdo de Lampedusa que editó Pre-Textos en traducción de Juan Antonio Méndez Borra. En 1996 el mismo Orlando escribió otro texto sobre Lampedusa, Con otra distancia, que está incluido en este volumen.

Envío vers.o.s. Obra re-unida, 1993-2018 (Letra a Letra), de John Galán Casanova.- 

Sobre John Galán (Bogotá, 1970) han escrito tipos como Rafael Baena, que dijo: con su primer libro, Galán obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven de Colcultura y, desde entonces, con un desparpajo admirable, ha ejercido su condición de poeta con una muy particular manera de hacer versos a partir de la realidad diaria de Colombia. Con una mano en el hígado y la otra en el control remoto. Y Frank Báez dice que los poemas de Galán pasan de la ironía a la ternura en un pestañear, abordan por un lado lo social y lo político, y por el otro lo amoroso y la intertextualidad; y si algo los caracteriza, es la voz honesta y familiar que poseen, una voz que contiene multitudes y que en un instante puede ser la del amante y al siguiente la del noticiero. Recientemente, Galán fue incluido en la antología Nuevo sentimentario (Luna Libros).

POEMA DE LA PRIMERA VEZ
Hay algo irrecuperable
en descubrir a un desconocido.
Ofrecerse ante la vista y el tacto
de quien hasta entonces
sólo nos ha tratado vestidos
entraña un acto de desprendimiento
poco común.
Si la ocasión permite
hacerlo sin vehemencia,
hay algo de paternal y fraterno
en desatar los cordones,
desajustar los broches
y bajar las cremalleras.
De este modo
las prendas van quedando por el suelo,
como espigas segadas por el deseo.
Suele sobrevenir entonces
un instante en que la caja negra se abre
y retiene para siempre
un olor, un gesto, algún escorzo del cuerpo.
Luego vendrá lo de costumbre en estos casos:
las caricias, las precauciones, el delirio, el hastío,
el amor, la obsesión, las despedidas.
Cualquier cosa puede suceder
y llegar a borrarse.
Pero queda el tatuaje del instante
en que nos fue dado
robar el fuego
del aliento del desconocido.

                John Galán Casanova

POEMA DE LA ÚLTIMA VEZ
No hay más preguntas.
El deseo es más bien
El recuerdo del deseo
rodando en cámara lenta.
El sudor es el llanto indiscreto
de la despedida.

La lengua murmura voces de aliento,
suaves caricias para limar
las últimas asperezas.

Los amantes se abrazan como hermanos siameses
antes de la separación de los cuerpos,
antes de arduos días de convalecencia
en que se intentará establecer
el número preciso de ausencias.

No tiene que ser la última vez.
Pero es como si lo fuera.
                John Galán Casanova

Diccionadario

El lenguaje, creedme, es discordia / en la que un término, nos otorga otro distinto. (Karl Kraus).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Pescocia: país de pescadores.
Donamarca: país de donantes.
Minamarca: país de minas.
Surismo: turismo en el sur.
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De nuestros lectores.-

Estimado Darío, leo lo que escribes acerca de A sangre fría, y te llamo la atención sobre el hecho de que el español Manuel Chaves Nogales, en 1931, escribió Juan Belmonte, matador de toros, a la que pueden aplicarse, como anillo al dedo, tus propias palabras sobre el libro de Capote: en él, Chaves Nogales «inventó de nuevo, en formato de novela, de novela extensa, la crónica periodística como obra de arte. El arte de contar la realidad en una versión fiel, si cabe, y con absoluta maestría de contador de cuentos, de retratista con palabras». Valga añadir que Juan Belmonte, matador de toros se tradujo al inglés en 1939, por nadie menos que Leslie Charteris, y que Capote, que en aquel entonces contaba ya 15 años de edad, muy bien pudiera haberla leído. Ojo, no estoy tratando de restarle méritos a la obra de Capote, sencillamente me limito a balizar el terreno. Con mi admiración y un cordial saludo desde la orilla buena del Rhin, en Colonia, cuya catedral «tiene tanto a la vez de piedra y nube», Ricardo Bada.

«Apreciado Darío: gracias por la ilustración sobre Truman Capote. ¡No conocía este libro y creía que lo había leído todo de él!». Hellman Pardo.

«Gracias, Darío. No sabía que se había traducido el libro de Burroughs y me interesa muchísimo. Un abrazo desde la (todavía) tórrida Barcelona». Edgardo Dobry.

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