Octubre-2019, segunda quincena

Apuntes, d.j.a.

Adiós al caballo (Taurus), de Ulrich Raulff.-

Hasta hace poco más de cien años, y durante milenios, transcurrió la era del caballo. Indispensable para recorrer largas distancias, causa del crecimiento de las ciudades. Arma de guerra, forma de ostentación, potentísimo símbolo, el caballo estuvo indisolublemente ligado a la vida cotidiana del hombre hasta hace muy poco. Exactamente quince décadas abarca el fin de la era del caballo, desde los primeros presagios a principios del siglo XIX hasta la despedida definitiva a mediados del siglo XX. Estas décadas se extienden desde Hegel, quien en 1806 vio al emperador francés como el alma del mundo a caballo, hasta Arnold Gehlen, quien en las décadas de 1950 y 1960 desarrolló su teoría de la poshistoria. El filósofo y antropólogo Gehlen distinguió tres edades del mundo: a un período muy largo de la prehistoria siguió la fase de la auténtica historia, intrínsecamente agraria, que a su vez fue reemplazada por la industrialización y la entrada en la fase de la poshistoria. (&) También el historiador Reinhart Koselleck, hablando por primera vez en 2003 de la era del caballo, distinguió tres grandes épocas del mundo. Dividió la totalidad del pasado en la era precaballo, la era del caballo y la era poscaballo.


El discurso sobre la inminente desaparición de la equitación y del transporte con caballos empezó pronto, una vida humana antes de que el primer automóvil rodara vacilante por una carretera. Lo que motivó ese discurso fue una catástrofe, y el desencadenante, una invención. En 1815 se produjo la erupción del Tambora, un volcán al este de Bali, que oscureció el cielo en el hemisferio sur y, al año siguiente, en el hemisferio norte, hasta el extremo de que provocó una caída general de la temperatura y una sucesión de malas cosechas. Las hambrunas y el aumento del precio de la avena fueron sus consecuencias: los caballos se disputaban los cereales y el heno, que empezaban a escasear, y eran sacrificados para su consumo o morían de inanición, muy poco después, 1817, cuando el inventor Karl Drais hizo público su diseño de la máquina para el transporte sin caballo.

Es una delicia inventar un nuevo género. La reseña sin reseñista. El libro se cuenta, y se acredita ante el futuro potencial lector, a través de citas que seducen y sintetizan, que mueven y conmueven. El reseñista debe poner las costuras. Informar, por ejemplo, que el autor Ulrich Raulff (1950) es alemán y que el libro hace recorridos históricos y culturales sobre el rol del caballo en las sociedades; como medio de transporte y como objeto de la ciencia (la anatomía, la crianza, el dibujo y etcétera). También como símbolo: El centauro es la suprema energía, el alborotador del zoo mitológico, un impetuoso mozo que gusta de la bebida y la pendencia; invitémoslo a cenar y arriesgaremos más que unos platos rotos. En ningún otro ser mitológico se halla tan arraigada la posibilidad, siempre presente, de la violencia. Es una máquina explosiva, todo dinamismo e impulsividad donde la inteligencia y la astucia del hombre se combinan con la fuerza y la rapidez del caballo; es la beligerancia salvaje con la instancia metódica. Lo que se manifiesta como agresividad centáurica es pura erupción de energía.

El caballo modifica, ampliándola, la conciencia del espacio en el hombre: La cualidad más importante que permitió al caballo entrar en la historia es la velocidad, algo que vio claramente Oswald Spengler. Durante casi seis milenios se asoció al caballo la experiencia de su magnífica aceleración y velocidad (&) y esa velocidad se mantenía incluso montado; una experiencia histórica que, cinco generaciones después de la invención del automóvil y cuatro de la del vuelo motorizado, ha caído en el olvido. El caballo era la máquina veloz por excelencia; permitía dominar un territorio de una manera impensada sin él. Gracias al caballo, era posible conquistar grandes territorios y gobernar vastos dominios; más aún: asegurarlos y conservarlos. Spengler llamó a este hecho, siguiendo a Nietzsche la gran política: el caballo introdujo la posibilidad histórica de la política de poder, la política de conquista a gran escala. La máquina veloz devino en una máquina de guerra de primer orden. Para esto, fue necesario un gran invento que modificó la historia por completo: el estribo.

El estribo apareció relativamente tarde, tras el declive del Imperio Romano. Como tantas veces sucedió en la historia de la técnica, no fue Europa la pionera, sino Oriente. (&). Dentro del sistema móvil formado por caballo, jinete e instrumentos técnicos léase armas el estribo constituía una especie de punto fijo interno. Este punto, antes inexistente, daba al sistema una singular eficacia, históricamente inopinada. Fueron los francos los primeros en la historia que se dieron cuenta de los beneficios de este sistema. Cuando hacía ya tiempo que las formas de vida y las instituciones prefeudales se habían extendido por el mundo civilizado sólo los francos advirtieron las posibilidades inherentes al estribo, el cual dio lugar a una nueva forma de hacer la guerra. Y ésta creó una nueva organización social, lo que hoy llamamos feudalismo. (&) Ahora, el guerrero podrá sujetar su lanza entre el brazo y el cuerpo. La fuerza del encontronazo ya no provendrá de los músculos del hombre, sino más bien del ímpetu de un caballo a la carga. El estribo ha hecho así posible la sustitución de la fuerza humana por la fuerza animal, tal ha sido la base tecnológica del choque en los combates a caballo, el típico modo occidental de combate en la Edad Media.

Cuando se inició la decadencia del dominio del caballo como máquina animal, su dominio estaba en el cenit. La omnipresencia de los caballos escribe el historiador francés Jean Pierre Digard hizo al cochero, al coracero, al desollador, al chalán, al húsar, al campesino, al tratante de caballos, al herrador, al palafrenero, al caballerizo, al mayoral de diligencias y al veterinario figuras familiares de la sociedad del siglo XIX. El caballo había penetrado en cada resquicio de la sociedad, había impregnado toda la cultura.

No obstante que, como decía Theodor Fontane, desde que tenemos tren, los caballos corren peor, la invasión de lo equino era total. Schiller se refería a París como el paraíso de las mujeres, el purgatorio de los hombres y el infierno de los caballos. Y no era únicamente París. Las cifras lo demuestran: los caballos de la ciudad se jubilaban a la edad de cinco años, y su vida media era de unos diez, especialmente para los caballos de ómnibus, mientras que los caballos de tranvía tendían a agotarse a los cuatro años. Saltando el charco, Raulff se refiere a Nueva York en 1900: imagínese cómo debió de ser la vida en una ciudad como Manhattan cuando había 130.000 caballos empleados en distintas labores al mismo tiempo. (&) ¿Cómo debía de oler una ciudad como Nueva York en 1900, donde los caballos dejaban 1100 toneladas de estiércol y 270.000 litros de orina al día y donde todos los días se retiraban unos veinte cadáveres de caballos?.

Si uno se pregunta si es más peligrosa la ciudad actual, repleta de autos, o la anterior, dominada por jinetes y coches de caballos, tendería a pensar que es peor ahora. Pero no: No fue la criminalidad de una parte de los habitantes lo que hizo que la ciudad a fines del siglo XVIII y durante el XIX fuera un lugar peligroso, sino el centaurismo forzado, el tránsito callejero de vehículos de caballos, la estrecha y obligada coexistencia de hombres y caballos. Durante todo el siglo XIX el número de accidentes en ciudades y carreteras causados por carruajes (&) no dejó de aumentar. En 1867, el tránsito de vehículos con caballos en las calles de Nueva York causó un promedio de cuatro peatones muertos y cuarenta heridos por semana; también en otras capitales la tasa de accidentes fue muy superior a la actual del tráfico automovilístico. Fue precisamente el peligro que representaban los jinetes inexpertos y los caballos asustados que, a fines del siglo XVIII, se inventaron las aceras, cuyos elevados bordillos limitaban lateralmente el acceso de los carruajes y aislaban el espacio de los viandantes .

Actualmente se calcula que en la Primera Guerra intervinieron dieciséis millones de caballos, la mitad de los cuales, ocho millones, encontraron la muerte durante la guerra. La cifra de personas muertas en la guerra se estima en nueve millones (&) En agosto de 1918, cuando se produjeron los últimos y más intensos combates en el frente occidental, la esperanza de vida de un caballo de artillería en aquella zona era de diez días. Tendemos a pensar que la Gran Guerra marcó el final de la era del caballo, pero no. Mientras que, en la Primera Guerra Mundial los alemanes utilizaron 1,8 millones de caballos, en la segunda éstos fueron 2,7 millones, casi un millón más. Y de éstos perecieron 1,8: (&) indicio de que la era del caballo concluyó con una masacre.

Cuando los caballos dejaron de ocupar el centro de la escena, tanto en transporte urbano como en la guerra, tanto en el ámbito rural que como industria en sí mismo, hubo daños colaterales: La ausencia tangible del estiércol de bostas de caballo (&) también perjudicó la población de gorriones. Cuando había caballos, también había gorriones, tanto en el campo como en la ciudad, viviendo a cuerpo de rey. Los excrementos de caballo todavía contenían una cantidad considerable para el buche del gorrión, de restos del alimento favorito de los caballos: la avena. (&) El gorrión europeo vivió durante siglos en simbiosis con los caballos. (&) A los ojos del gorrión, Dios tomaba la forma de un caballo. La desaparición de los caballos fue una tragedia para los gorriones: el ocaso de los dioses equinos significó la desaparición de uno de los principales alimentos del gorrión europeo.

Gobernar es cabalgar, escribió Carl Schmitt; tanto que En 1797, Kant había lamentado que el nuevo rey de Prusia, Federico Guillermo III, llegase a Königsberg en un carruaje en vez de mostrarse a su pueblo montado en un caballo. También Kant pudo haber pensado que el rey no es rey sin su caballo. En todo caso, la conjunción de ambos es el símbolo de poder por excelencia. Sabemos que Napoleón cruzó los Alpes a lomo de mula, pero creemos que no, que iba montado en el mismo caballo blanco con que lo pintó David: El caballo ha ayudado al hombre a adquirir dominio sobre todas las especies, en particular la suya propia. El jinete escribe el economista Alexander Rüstow aparece en el escenario de la historia como una nueva raza humana de gran superioridad con una estatura de más de dos metros y una rapidez de movimientos que multiplica la del caminante. La utilidad práctica del animal guarda consonancia con su valor simbólico: el caballo ha sido a un tiempo un animal práctico y una metáfora viviente. Ha propagado el terror y, a la vez, ha puesto cara al terror. Ha dado al hombre la capacidad de adquirir dominio y asegurarlo, y al mismo tiempo le ha proporcionado la imagen adecuada de ese dominio. La representación del dominio nunca ha necesitado cambiar de cara: el caballo ha sido por naturaleza la metáfora política absoluta.

Un libro magnífico. Una lectura deliciosa.

Diccionadario

«Hay un hueco entre los nombres y las cosas. Mariano Peyrou.

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Catania: ciudad preferida por los gatos.
Castrilla: perros y gatos temen que allí los emasculen.
Pezuña: así como hay pez-espada, también hay pez uña.
Traumaturgo: lo contrario de taumaturgo.

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«Darío: fantástico, ameno. Selecta muestra de talento literario lo incluido en este Gozar Leyendo. Gracias siempre por estos regalos». Yezid Morales.

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