Febrero-2020, primera quincena

Apuntes, d.j.a.

Semilla del son (Libros del Kultrum), de Santiago Auserón.- 

El nombre de Santiago Auserón (Zaragoza, España, 1954) es muy familiar para los conocedores del rock en español. Cantante y fundador del legendario grupo Radio Futura, Auserón además de músico notable posee una sólida formación académica, como que ya graduado en la Complutense en filosofía y letras fue discípulo de Derrida en París VIII.

Hacia 1990 inició investigaciones sobre la música cubana: mi interés por el son cubano dice provino de las inseguridades del verso cantado en español sobre ritmos sincopados de procedencia afronorteamericana. El son campesino y la rumba afrocubana cautivaron mi atención gracias a la combinación de aplomo y soltura por no decir descaro con que se expresan en mi lengua.

Ese interés se concretó, primero, con esa pionera selección musical, esa espléndida antología que es Semilla del son y, luego, con las grabaciones de Compay Segundo, de quien dice Auserón que era caballeroso como un señor de antaño tenía algo de su admirado Gardel, pero también era mulato pícaro, y con aire de bon vivant (&). Achacaba su longevidad a las Musas, de ellas obtenía su talante visionario. 

En sus últimos años, Compay se instaló en el Olimpo que se había fabricado con sus manos. Tocaba y cantaba desde una nube, ajeno al paso del tiempo, con un destello de ideal en la mirada, como si la decadencia de Occidente no fuera con él. Ejercía también fuera del escenario, siempre metido en su papel, pero no podía uno despistarse, porque en cualquier momento venía el guajiro con ojos de realismo oblicuo. Mantuvo la figura hasta estar seguro de que había pasado a la posteridad las claves de su genio. 

Esta manera de ser se refleja con perfección en una historia concreta que relata Auserón: Compay, le dije el otro día, me gustaría que en el próximo viaje me trajese una guitarrita como la suya. Se levantó de inmediato a buscar una de las dos trilinas que tenía y regresó hacia mí sosteniéndola majestuosamente sobre las palmas de las manos, ofreciéndola como si fuera a armarme caballero: te-la-re-ga-lo, dijo, espaciando mucho las sílabas. Yo hice un tímido gesto, como para rechazar el don inmerecido, pero no tardé en agarrar la guitarra para comprobar bajo un foco la rectitud del mástil, mientras él remataba a mis espaldas, en tono lacónico definitivo: y ahora tú me regalas doscientos dólares.

Semilla del son (cuyo subtítulo es Crónica de un hechizo) es una espléndida memoria del acercamiento de Auserón al son cubano, de sus viajes a Cuba y de sus hallazgos musicales. También de una época. Termino con una historia de dos grandes poetas, de la que fue testigo Auserón: en la Residencia de Estudiantes tuve el privilegio de asistir al reencuentro entre dos gigantes de la poesía cubana separados tras la Revolución por sus idearios políticos. Durante la comida en torno a una amplísima mesa, Gastón Baquero bromeaba cáustico a mi lado, mientras un poco más allá, Eliseo Diego apenas levantaba la mirada del plato. Repartidos a distancia prudencial por los sillones del salón durante la sobremesa, vi cómo Eliseo ordenaba un brandy, que apuró de un trago con mano temblorosa, antes de levantarse, mirar severamente a los ojos a Gastón y darse la vuelta, enfilando sus pasos hacia el jardín. Algo debió entender el fiero Gastón en su mirada porque le siguió al momento, repentinamente sumiso como un cordero, con su bastón titubeante. No pude evitar seguirles, dejando a mi interlocutor con la palabra en la boca, y contemplé alucinado cómo, detrás de un arbusto, Gastón Baquero se fundía en apretado abrazo con Eliseo Diego.

Mujeres que matan (Literatura Random House), de Alberto Barrera Tyszka.- 

Lo más duro de esta historia es el escenario en que sucede, que parece ficción pero que es real: la ciudad se estaba derrumbando en cámara lenta, poco a poco. En algunos lugares apenas comenzaba a caerse el barniz o el esmalte, pero había zonas donde todo esto era más grave: puentes caídos, grietas en las calles, tuberías rotas, incluso en algunos barrios, hacia el sur, todo el alumbrado eléctrico se había venido abajo. La devastación parecía tener un libreto. La ciudad día a día se desplomaba con puntual rigurosidad, como si siguiera un programa del gobierno. Destruir también requiere un método (&) Era como si el paisaje estuviera cansado. 

Tal es el escenario y en correspondencia parecieran estar sus habitantes: en esos días, ya ni siquiera había periódicos. Los que quedaban estaban dominados por el Alto Mando. En la primera página había siempre fotos de algún funcionario declarando en contra de los rebeldes y a favor de la patria. La gran mayoría de la gente se interesaba por otras primicias, quería saber en qué mercado había pollo, dónde podía conseguirse crema dental barata. La situación económica era terrible, el dinero no alcanzaba para nada, los precios cambiaban cada día, había que hacer cola para comprar cualquier producto y, muchas veces, ni siquiera se conseguía. No había harina, no había arroz, pero también escaseaban las medicinas, los desodorantes o las toallas sanitarias. La ciudad parecía estar llena de zombies o de fantasmas, deambulando, caminando sin sentido, en cualquier dirección. Muchas calles estaban vacías. Otras, llenas de gente formando en fila, esperando su turno frente a un mercado o a una farmacia. Era común encontrarse a personas hurgando entre las bolsas de basura, buscando comida. 

Con semejante entorno y semejantes necesidades, donde el poder absoluto lo tiene un innominado y todopoderoso Alto Mando, Barrera cuenta una historia que parece real, pero es ficción. Parece real porque está directamente relacionada, como efecto, con el escenario, con ese irreal entorno que, con lo brutal, parece ficción, parece inventado por una mente caótica y perversa; pero es real. Aquella realidad que parece ficción y que ha eliminado la esperanza, conduce a que unas mujeres, lejanas a cualquier violencia, lleguen a ejercerla y a padecerla. Esta ficción aparece desde la primera página con una mujer que se suicida. En las páginas siguientes aparece su hijo, que regresa a su país con motivo de esta muerte y que comienza a desenredar el ovillo que cuenta magistralmente Barrera Tyszka a lo largo del libro con una habilidad, con una capacidad de establecer contrastes y, ante todo, con un talento para llamar las cosas con su nombre, que uno, lector, se desliza por estas doscientas páginas sin detenerse, de principio a fin.

Diccionadario

Cuando el silencio ya no puede más revienta escribiendo poemas. (José Mateos).

Tomado de Diccionadario (Editorial Pre-Textos):

Concuerda: reloj no automático.
Fracaciones: descanso frustrado.
Alucinavión: delirio de volar.

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«Muy buenas, Darío. Excelente compendio sobre los pájaros. Gracias». Héctor Hernández.

«Mil gracias por enviar tus valiosos correos cargados de inteligencia y de aire fresco en medio de tanta mediocridad». Carlos Palau.

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