Junio-2021, segunda quincena

Apuntes, d.j.a.

Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Byron (Nortesur).-

En el número 110 de Gozar Leyendo comenté el libro de Francesco Orlando titulado Recuerdo de Lampedusa (ver reseña completa espichando aquí), en el que comienzo afirmando que El gatopardo es una de las grandes novelas del siglo XX, no sólo de la literatura italiana sino de todas las literaturas. Su autor, Giuseppe Tomasi de Lampedusa (Palermo, 1896-Roma, 1957), era un noble italiano que escribió solamente esa novela, publicada poco después de su muerte.

libro Luna

También transcurrieron más de treinta años para que se publicaran, por fin, sus textos sobre literatura inglesa, de los que este espléndido ensayo sobre lord Byron forma parte. En él se nota algo que afirmaba Francesco Orlando: aprendí de Lampedusa, además de muchas nociones de detalle, su sentido incomparablemente eufórico, casi tonificante, diría yo, de la literatura. La literatura era para él una fuente incesante de curiosidad, alegría y diversión.

Comienza Lampedusa por caracterizar la época de Byron (1788-1824), marcada por crisis. Una crisis económica, principalmente de la aristocracia terrateniente empobrecida por la revolución industrial, [que] seguía viviendo en la fastuosidad; el surgimiento de una despiadada clase comerciante que se enriquecía con todo, comenzando por el tráfico de esclavos. Una crisis religiosa, por la decadencia de la iglesia oficial; al respecto dice Lampedusa que Byron fue educado en un ambiente librepensador. Una crisis política marcada por el desprestigio de la monarquía. De modo que Byron entraba en la sociedad inglesa bajo el signo de la desconfianza, del ateísmo, de la rebelión, de la pobreza y del orgullo. Éstos son los componentes de su tiempo, de su biografía y de su obra.

Noble siciliano, Lampedusa se da un banquete contando los horrores que dejaron tras de sí los antepasados de Byron, hasta llegar a su padre, quien tomó lo carrera militar y cometió tantas extravagancias, contrajo tantas deudas y participó en tantos duelos que se ganó el sobrenombre de Mad Jack. Con 20 años raptó a una joven casada, lady Carmarthen. El marido pidió el divorcio, los dos fugitivos se casaron y nació una hija (&). Poco después Mad Jack quedó viudo y arruinadísimo y volvió a casarse esta vez con Catherine Gordon, perteneciente a una noble familia escocesa. También la familia Gordon era una familia trágica: en cada una de sus generaciones había habido al menos un par de muertes violentas. Una balada escocesa canta la gesta criminal de un Gordon que mató a cinco niños par heredar a su padre. Por lo demás, fue decapitado.

Nuestro Byron, el poeta, era hijo de Mad Jack y de Catherine Gordon y cuando nació su familia estaba casi totalmente arruinada por las gracias de su padre. Catherine alquiló un sencillo apartamento en Aberdeen, en el norte de Escocia, se separó de su marido y se fue a vivir allí, muy modestamente, con el pequeño George. Este parecía haber heredado la legendaria belleza de los Byron. Pero cuando llegó el momento de que empezara a andar se dieron cuenta de que era cojo. Guapo y cojo se quedará para siempre. Cuando tenía tres años murió su padre: se encontraba en la más negra de las miserias. Sus últimas cartas son trágicas: no tengo más que una camisa encima y mi único traje está hecho jirones& el carnicero y el panadero se niegan a fiarme. Pocos años después, por el birlibirloque de las herencias, nuestro poeta se convirtió en heredero de uno de los mayores patrimonios de Inglaterra (&). Cuando George tuvo diez años, el famoso tío se murió. De la más profunda de las indigencias el niño pasó a la más opulenta de las riquezas. Y de la casita pobre de Aberdeen pasó a una suntuosa villa circundada por un jardín de mil hectáreas.

Con su nueva situación económica, Byron pudo ir a una de las mejores escuelas inglesas y se convirtió en excelente jinete y reputado nadador. Llegó a Cambridge: su elegancia en el vestir, la facilidad con que aprendió árabe e incluso el griego moderno, le hicieron muy popular. En 1807, un año antes de dejar la universidad, publicó su primer volumen de versos (&). El éxito que estos poemas tuvieron fue inmenso: y es difícil comprender el motivo, puesto que estas recopilaciones suyas contienen sin duda los peores versos jamás escritos por un gran poeta, comenta Lampedusa.

Después de salir de la Universidad se instaló en Londres y, por sus títulos de noble, fue admitido en la Cámara de los Lores: se presentó con magna pompa, prestó juramento y enseguida pidió la palabra, y ante la asombrada asamblea pronunció, con voz meliflua, un breve discurso en el que deploraba que en Inglaterra el nacimiento y la riqueza pudieran conferir derechos políticos, pidió la abolición de la Cámara de los Lores y señaló como ejemplo a Francia donde, como dijo, reina un simple oficial de artillería. Depositó en el estrado de la presidencia su proyecto para abolir la Cámara de los Lores, y se fue. No volvió a poner un pie allí.

El gran tour de los jóvenes egresados universitarios era un rito ya establecido entonces. Y, aunque lo usual era un desfile por Alemania, Francia e Italia, las guerras o los caprichos llevaban a hacer modificaciones. El viaje de Byron comenzó en Lisboa. De allí, fue por tierra a Sevilla; escribe sobre este periplo: el camino es uno de los más atractivos que yo haya conocido: cada doscientos metros hay una cruz para señalar que en ese lugar alguien ha sido asesinado; y a menudo se encuentran gendarmes que acompañan a la horca a bandidos y a espías condenados a muerte. Y en todas las poblaciones bellas zagalas de ojos negros te arrojan perfumadísimos geranios. El amor y la muerte se hallan a cada paso. De Sevilla sigue a Cádiz y de allí a Gibraltar, donde se embarca con rumbo a Malta. Ya desde esos primeros pasos de su tour, Lampedusa advierte que su desinterés por el arte de los países que atravesaba era absoluto.

De Malta va hasta la costa albanesa sobre el Adriático, y atraviesa por tierra esa península hasta llegar a Atenas y de allí a Esmirna, donde concluyó el segundo canto de Las peregrinaciones de Childe Harold; el primero lo había escrito en Malta. Pero Byron, corazón romántico bajo una cabeza clásica, no apreciaba el verdadero valor de este poema, que sería la bomba atómica de la literatura europea. Le parecía una obra fallida. Era, además, la crónica del viaje que realizaba.

Más tarde, yendo de Esmirna a Constantinopla, se detuvo ante la embocadura de los Dardanelos, angosto brazo que separa dos continentes (&). Quiso repetir la proeza de Leandro, que atravesó el estrecho para alcanzar a su amada Ero. Lo consiguió luchando durante tres horas contra las corrientes. Luego diría, como buen inglés, que de ninguno de sus éxitos poéticos, políticos o amatorios se sentía tan orgulloso como de esta hazaña deportiva (&). En Constantinopla (&) es recibido por el sultán sobre cuyo rostro relucen todos los vicios ruines. Luego de una estancia allí, regresará a Atenas, donde vivirá varios meses y, después de dos años de ausencia, regresará a Londres.

Inglaterra se viste de luto para recibirme, escribió recién llegado: muere su madre no alcanza a verla; muere uno de sus grandes amigos. A los pocos días se publica su Childe Harold: los lectores ingleses primero y luego los de toda Europa se quedaron anonadados. La absoluta novedad del tono, la despreciativa altanería que emanaba, lo poético de esos paisajes exóticos no daba un respiro a quienes lo leían. Byron se convirtió en el ídolo de la sociedad inglesa. La excentricidad de su conducta no hacía más que acrecentar su encanto. Aunque en principio parecía ser muy sobrio en algunos aspectos de su vida no como más que galletas y solo bebo gaseosa en otros era excesivo: en aquellos años sus amantes confirmadas fueron ochenta y siete.

Así, de un modo totalmente repentino, Byron decidió casarse; y eligió lo más equivocadamente que era posible. Una chica de dieciocho años, cohibida, tímida y, además, era erudita y se ocupaba de estudios sobre la densidad de la tierra. Ah, y era sobrina de una ex amante de Byron, un mujer poderosísima, la más vista de Londres, con quien Byron había tenido una muy destemplada ruptura. A las pocas semanas Byron le puso cuernos a la joven esposa y se montó un escándalo del que resultó un rechazo generalizado a Byron hasta el punto de que iba por la calle y los desconocidos lo insultaban. En mayo de 1816 Byron dejó Inglaterra definitivamente.

Después de un breve periplo, se encuentra con Shelley: los dos poetas vivieron como vecinos en Suiza: se intercambiaron fraternalmente temas poéticos y amantes. El mejor retrato del par de amigos se lo debemos a Madame Staël, a quien visitan en su castillo: el célebre Lord Byron tuvo la gentileza de visitarnos; no cabe imaginar un aspecto más distinguido, una compostura más poética que la suya; además de la tristeza oculta y la mayor cortesía del mundo. Lo acompañaba un joven, un tal míster Shelley, también de muy buena familia y los mejores modales; me acompañó a dar una vuelta por nuestro querido jardín y me habló de las flores con tan gran finura para la observación y empleando unas imágenes tan justas que no me sorprendería lo más mínimo que también él se convirtiese en poeta.

Los dos poetas, sus mujeres, algunos amigos, comparten con ellos tanto en Suiza como, luego, en Italia, especialmente en Génova. Luego Shelley regresa a Suiza y Byron se instala en Venecia donde dio rienda suelta a todos sus instintos: nadaba vestido en el Gran Canal y se divertía emergiendo bruscamente a pocos centímetros de las góndolas que pasaban, asustando así a las señoras; cabalgaba como un loco por el Lido y por la Villa de Mira que tenía alquilada; y seducía mujeres a decenas, condesas y aldeanas, esposas de generales austriacos y también la hija del sepulturero del cementerio de Santa Elena.

Y también se metió en política. Adhirió con pasión a la causa griega contra los invasores turcos: la idea de poder liberar de la servidumbre a los descendientes de Sófocles y de Platón enardecía a Byron. Se volcó en cuerpo y alma por la causa griega: vendió todo lo que poseía, adquirió armas y medicamentos, fletó un barco, dijo adiós a Teresa [su amante de entonces] y zarpó. Llegó a las costas de Morea [y] se lanzó contra Misolonghi. (&) La perniciosa malaria lo sorprendió cuando estaba a punto de alcanzar la victoria: el 19 de abril de 1824, Byron moría en el momento en que sobre la ciudad asediada y bombardeada se desencadenaba una tormenta. Tenía 36 años.

Al referirse a la obra poética de Byron, Lampedusa comienza por hacerse dos preguntas: ¿por qué sus obras tuvieron un tan inmenso éxito cuando fueron publicadas? y ¿por qué a una gloria tan rápidamente conquistada le siguió un desinterés casi absoluto?. Y responde que, con su vida y con sus obras, Byron encarna el punto de vista romántico. Por lo tanto, al cambiar la orientación del pensamiento, las obras de Byron, que encarnaban plenamente el ideal romántico, pero que no lo superaban, quedaron ipso facto desvalorizadas; a este hecho contribuyó también la muerte prematura del poeta, que no le permitió seguir, como pudieron hacerlo Goethe y Hugo, el discurrir de los tiempos y evolucionar.

A pesar de lo que se diga, puntualiza Lampedusa, de Byron sobrevivirá una antología de trescientas páginas que contendrá el Don Juan entero, casi al completo Las peregrinaciones de Childe Harold, una veintena de poemas y algunos episodios de Lara, de Caín y del Giaour.

Diccionadario

La palabra silencio no logra expresar lo que significa.

Tomado de Diccionadario (Pre-Textos):

Argumiento: razonamiento falaz.
Temario: hidrografía.
Serpuente: culebra tan larga que va de orilla a orilla.

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Isabel Cristina Giraldo

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