Marzo-2022, segunda quincena

Apuntes y subrayados, d.j.a.

Luis Rafael Sánchez, El corazón frente al mar (Publicaciones Gaviota).-

Hace tiempo me preguntaron de El País de Madrid a quién le daría yo el Premio Cervantes y contesté que me pedía otorgarlo, durante tres años seguidos, a Rafael Cadenas, a César Aira y a Luis Rafael Sánchez. Pienso que, en esta orilla del océano, son lo mejor en sus oficios. Autor de una novela ya clásica, La guaracha del Macho Camacho, Sánchez (Humacao, Puerto Rico, 1936) escribe como los dioses; posee una prosa que fluye como conversación y con el don de hallar significados en los sonidos, de modo que la prosa, juguetona y finísima, afilada y sutil, convierte en fondo lo que parece forma. Coqueteando con la jerga popular, acariciando los vocablos que el idioma le brinda, nadie diccionarea con más gracia que el autor de Antígona Pérez. Diccionarear es un término que acabo de patentar. Y no sólo por La importancia de llamarse Daniel Santos, libro que les receto, la incorporación de la música popular a la literatura es un elemento esencial en la sensibilidad de Luis Rafael Sánchez.

libro Luna

Y precisamente la música viene al caso pues está desde el título de El corazón frente al mar como queda claro en el epígrafe del libro, un fragmento del bolero En mi viejo San Juan: & pero mi corazón, se quedó frente al mar en mi viejo San Juan. Y comenta Sánchez: el bolero de Noel Estrada engendra el himno de aquellos que se marchan del país natal por razones ajenas a su voluntad. Sobre todo, engendra el himno al olvido imposible del pedacito de patria. Por cierto, el bolero engendrador de un himno, como subtítulo En mi viejo San Juan, desconoce la marcialidad típica del género, sea patriótica, religiosa o cívica. Los himnos convidan a la militancia, así lo ejemplifica el himno de himnos, La Marsellesa de Rouget de Lisle. En cambio, el bolero En mi viejo San Juan despliega la cadencia insólita de un himno que se sueña bailable.

(A propósito del pedacito de patria, que viene en la letra de En mi viejo San Juan, sólo unas pocas líneas antes Sánchez ha sentenciado que el afecto al puertorriqueño modo incluye el abrazo rompedor de huesos, el besuqueo exhaustivo y el chiquiteo permanente (&). ¡Hasta el bolero En mi viejo San Juan chiquitea a la San Juan Antigua con un diminutivo que eriza los pelos: pedacito de patria!).

Hay ciudades con aura. Las que todos queremos conocer. Las que no defraudan. Lo contrario: enamoran. Pienso en Florencia, en Córdoba, en Nápoles, en Granada, en París. Creo que San Juan Bautista de Puerto Rico es una de ellas. Pero este libro no es el testimonio de un visitante deslumbrado que tiembla de emoción ante la luz mágica que cobija la ciudad o ante sus paisajes y rincones que recién descubre, no. Se trata de las palabras de uno que creció en ella, que es parte de ella, es parte aunque parta. Un tipo en donde habitan unas pocas emociones básicas con rango de esenciales. a) Las caricias precoces allí intentadas. b) Los sueños primerizos nacidos allí. c) Las cosas pasajeras que allí pasaron y que jamás terminan de pasar. d) Los sueños que allí siguen esperándonos& muchos años después.

El libro sigue el curso de un viaje que empieza mirando a la ciudad desde el avión. Ya aproximándose, Sánchez se dedica a su sociología de bolsillo: el rabillo del ojo me sopla quién es quién en el elenco de viajeros. Más aún, me sopla cuál asunto lo trae a la capital de Puerto Rico. El rabillo desatina raras veces: a) El viajero a San Juan por vez primera. b) El viajero que regresa a aquilatar lo visto previamente. c) El viajero con la agenda de trabajo anticipada. d) El viajero vaivén.

Algunas páginas más adelante, Luis Rafael se acerca al viajero vaivén, quien jamás se siente a gusto en alguno de los cincuenta estados de la nación norteamericana, pero a quien las circunstancias le niegan el chance de jamás sentirse a gusto en la tierra puertorriqueña donde nació. Radicado en la extraña nación, pues así lo quiso el destino, el viajero vaivén intenta cumplimentar el sueño de visitar Puerto Rico, por lo menos una vez al año. Y, metido a estadígrafo, nos hiela con el dato relevante del Puerto Rico contemporáneo: ya somos más los puertorriqueños quitados que los puertorriqueños quedados en el país natal. Pregunto: ¿nos vamos del país natal tras llegar al conocimiento penoso de que la vida está en otra parte? Contesto: no sé. En cambio sé coincidir con el escritor italiano Claudio Magris cuando afirma: la distancia puede ser la verdadera cercanía.

¿Recuerdan la letra de Esperanza inútil, bolero de Daniel Santos?: Esperanza inútil, flor de desconsuelo, ¿por qué no te mueres en mi corazón?. Pues bien, así dice Luis Rafael Sánchez: un país con forma de isla es un país con forma de cárcel. De las cárceles caribeñas donde se habla el idioma español se fugan centenares de nativos a diario. Los puertorriqueños en la guagua aérea. Los dominicanos en la yola. Los cubanos en la balsa. Un revoltijo de sueños variable motiva las fugas. Uno de los sueños remata en obsesión: sembrar esperanzas útiles o cosechar flores de consuelo, más allá del territorio patrio. ¿Esperanzas útiles? Sí. El sueño de sembrar esperanzas útiles aviva la urgencia de la fuga, palabra que describe una acción rebelde: huir del sitio donde se está vigilado o encerrado. Cosa de evitar las represalias de los mandamases la palabra fuga se suaviza con el concurso del eufemismo: partida, ida, marcha. Mas, ¿es digno de amar un país donde la corruptela fue ascendida a regla? No lo es. De ahí que, para un montón de caribeños, el abandono del país natal supone la manera decorosa de seguir amándolo. ¿Flores de consuelo? Sí. El consuelo de que las esperanzas útiles sean capaces de remediar la situación, una tarea a punto de heroica según se la describe en el Lamento borincano, pieza célebre del con razón celebérrimo Rafael Hernández.

Antes de contar que San Juan no es una gran urbe, Sánchez se da un banquete verbal con los ejemplos de Nueva York, São Paulo y Ciudad de México: la gran urbe es grito, claxonazo, algarabía, ruido ensordecedor. Y es el ululato de las patrullas policiales y de las ambulancias y de los camiones de bomberos. Antes escribe un párrafo para taparse los oídos (y las narices): & el transporte automotriz demencial y el hollín que escupen los complejos industriales. Y el pandemonio de las bocinas. Y los frenazos a que obligan los semáforos apagados, mal sincronizados o irrespetados por los choferes manduletes. Y los tapones o embotellamientos, los trancones o nudos de tránsito, los atoramientos o atascos por los siglos de los siglos. El peatón aporta lo suyo a la pesadilla del tránsito que se atapona, embotella, tranca, anuda, atora, atasca: no hay país que carezca de un verbo especificador del tránsito desembocante en pesadilla.

Menos mal, San Juan Bautista de Puerto Rico tiene poco de gran urbe o gran metrópolis. Sí tiene mucho de ciudad provinciana a la que distingue una cordialidad vinculable al encanto. Y especifica: la naturaleza condecora a San Juan con amaneceres que dilapidan los colores y soliviantan las pupilas (&). Noches sanjuaneras hay cuando el superávit de estrellas desluce La noche estrellada de Van Gogh. Noches sanjuaneras hay cuando la luna plagia la redondez sublime del flan de batata que horneaba mi padre, el panadero y dulcero Luis Sánchez Cruz, en nuestro chispo de hogar, allá en la Extensión Roig de Humacao. (Ahora lo descubro: Luis Rafael tuvo padre panadero, igual que el dueño de El taller blanco, Eugenio Montejo).

Además: fantástico el jardín nocturno. Fantástico el jardín diurno. La mudanza de las horas no estorba la reiteración de la palabra jardín como metáfora admirativa de Borinquen, nombre taíno de la isla que los descubridores rebautizarían Puerto Rico.

En un texto sobre Puerto Rico, y más, escrito por un puertorriqueño, el singular estatus político de la isla debe ser abordado, el sueño que hipnotiza a un sector numeroso de puertorriqueños desde el mil ochocientos noventa ocho, año de la invasión norteamericana a Puerto Rico. El sueño turba a dicho sector con los síntomas febriles del materialismo mágico: en Washington se reserva una teta para la chupadera exclusiva de nosotros, los puertorriqueños. ¡Hay sueños que oprobia soñar!.

¿Hay algún antídoto?: el idioma puertorriqueño de la privanza y de la vivencia, del amor y el desamor, del aprecio y el menosprecio, sigue siendo el idioma español. El uso preferente de idioma español se alza como el inconveniente básico del proyecto de anexión del país puertorriqueño al país norteamericano. Un país que conforta su personalidad nacional con la lengua inglesa como elemento cultural innegociable, elemento que aglutina y determina, excluye y obliga.

Cuando voy a la mitad del libro y ya estoy irremediablemente contagiado de amor a San Juan y apegado a la prosa deliciosa de Luis Rafael Sánchez, me doy cuenta de que, en el supuesto viaje en avión, apenas estoy aterrizando y acabo de llegar al aeropuerto donde me recibe la cháchara de los maleteros: & platicarán de la fuga masiva de compatriotas a los Estados Unidos de Norteamérica, imparable tras el paso de los huracanes María e Irma. Platicarán del Veranazo Iracundo que juntó sobre un millón de almas en los límites del Old San Juan. Un Veranazo Iracundo que precipitó la renuncia al cargo del gobernador Roselló Nevarez. Platicarán de la idolatría de nuestra élite política a Nuestra Señora de la Corrupción, una idolatría que la élite practica con el recurso de un versículo difícilmente cartesiano: Robo, luego soy. Puesto que demasiados roban para confirmarse ladrones ya se habla, sin tapujos, de una mafia institucional.

Luego vendrá el recorrido por la ciudad, una ciudad donde la luz diluvia. Nada más pertinente que la invitación que nos hace: metido a niño averigua cuál es la calle sanjuanera más corta y cuál la más larga, cuál la casa más angosta y el balcón más extenso, cuál el árbol de raíces más retorcidas y la garita más ancha, cuál el callejón más empinado de los que interconectan cinco de las trece calles principales. La caminada pasa por plazas y por calles viajar es cansarse hasta llegar al parque favorito, el parque de las palomas, un bed and breakfast que administran tales aves y miradero hacia el punto inexistente donde el mar y el cielo se confunden. Una confusión bolerizable según el puertorriqueño Julito Rodríguez Reyes: El mar y el cielo se ven igual de azules, Y en la distancia parece que se unen, Mejor es que recuerdes que el cielo es siempre cielo, Que nunca, nunca, nunca, El mar lo alcanzará. Permíteme igualarme con el cielo, Y a ti te corresponde ser el mar.

Diccionadario

Soy apenas un hombre que trata de respirar por los poros del lenguaje. Rafael Cadenas

Tomado de Diccionadario (Pre-Textos):
Tontrol: norma tonta.
Novenio: personaje romano, hermano menor de Octavio.
Mochornoso: amputado con sofoco.

Avisos y noticias

Números anteriores de Gozar Leyendo.- Consulte todas las entregas de Gozar Leyendo en www.lunalibros.com/blog/

Suscripciones.- Si desea recibir Gozar Leyendo en su correo, solicítelo gratis a la siguiente dirección: gozarleyendo@lunalibros.com. La misma dirección para sus comentarios. Reenvíelo a sus amigos o, si lo prefiere, suscríbalos: basta que nos envíe su dirección.

De nuestros lectores.-

Muchas gracias por el boletín, don Darío. Lo leo y lo disfruto con gusto.
Luis Gallo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *